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Inadaptado

La prematura muerte de Yago Lamela, el mejor atleta asturiano de todos los tiempos, sorprende a muchos por inesperada, como para muchos lo fue aquel salto prodigioso de 8,56 metros que dio hace ya 15 años en Japón. Evidentemente, es inesperado morir con sólo 36 años y, aún más, romper con el mito de la invulnerabilidad que rodea la imagen de un deportista con unas prodigiosas facultades físicas y, por qué no decirlo, psíquicas, que estaban fuera de los estándares que el gran público entiende como normales. Sin embargo, no es inesperado morir cuando la vida no se adapta a ti o tú a la vida, a la vida que lleva la mayoría de la población. En este sentido, Yago era un inadaptado. Al éxito le costó adaptarse, a la invisibilidad que produce dejar de ser ese deportista popular, también. Daba la sensación de ser una persona que le faltaba lo que era en el atletismo: estrella. Las cosas no acababan de salirle todo lo redondo que podían y debían salirle al avilesino. Lesiones en el mejor momento de su carrera deportiva, saltos imponentes y el rival inopinadamente hacía uno mejor. Aun así, su palmarés es importantísimo con medallas en los grandes campeonatos. La esquizofrenia que se respira en Asturias hacía que algunos se alegraran de sus derrotas en forma de plata confundiendo introversión con chulería. Era vox pópuli en el mundo del atletismo sostener que Yago estaba dotado de una capacidad extraordinaria para descansar antes de una gran competición, que si el avilesino tenía nervios de acero, que no le afectaba lo que le sucedía, pero seguramente la procesión le iba por dentro. A Yago ayer lo encontraron inconsciente, pero yo quiero creer que lo encontraron dormido. Y creo que también su procesión iba por dentro.

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