J. M. MATUTE

Hay que ser de Bilbao, pero muy del centro, para presentarse en Barcelona como lo hizo la afición del Athletic soñando con sacar a pasear la gabarra. Hay que ser del mismísimo centro del Botxo para pensar siquiera en plantar cara a este Barça imperial creado por el asturiano Luis Enrique. El sueño rojiblanco duró diez minutos, los que tardó Williams en pegar un susto a Ter Stegen que lo único que consiguió fue despertar al dragón azulgrana. Luis Enrique ya tiene el doblete caminito de Berlín, donde el próximo sábado puede poner el broche de oro a la temporada con el triplete.

Hasta el minuto 10 apenas había pasado nada. El Athletic parecía sin complejos y el Barça, espeso. Hasta que Ter Stegen se metió en un jardín y a punto estuvo de perder el balón ante el veloz Williams. Del susto salió el conjunto azulgrana como sólo él puede hacerlo: marcando en la portería contraria. El banderín del liner anulaba el tanto de Neymar tras un gran pase de Messi.

Fue el inicio de la traca del argentino de pasaporte aunque aún esté por descubrirse de qué planeta ha llegado. Pegado a la banda derecha aguarda con temple que le llegue el balón para revolucionar el campo. En corto o en largo. Siempre imprevisible. Herrerín había salvado al león, para entonces ya domado por el dominio azulgrana, en un mano a mano ante Luis Suárez cuando en el minuto 20 Messi firmó una de esas jugadas que quedan marcadas para la historia. A sangre y fuego para el contrario. Pegadito a la banda fue salvando contrarios -uno, dos, tres...- hasta alcanzar el área. Otro quiebro más en el pico para hacerse un hueco, mínimo, y colocar el balón junto a la base del poste.

Entonces, con Messi desbocado, sólo la gran actuación del meta bilbaino, con tres paradas superlativas, evitó una goleada de escándalo. Por dos veces ante Suárez y otra frente a Piqué. Hasta que en el 36 aparecía de nuevo Messi para dirigir la orquesta. Ahora a pases cortos, veloces, cortantes. Encontrando a Suárez para que éste sirviera el gol a Neymar.

Una volea de Williams que rozó el larguero del portal azulgrana en el minuto 40 era respondida por Messi con un lanzamiento de falta en el 43 a la escuadra que permitía volver a lucirse a Herrerín. Así se cerraba la primera parte y casi el partido. Porque en la segunda mitad el Barcelona se dedicó a economizar pensando en Berlín y el Athletic... a hacer lo que podía. Fundamentalmente luchar y evitar la del pulpo.

El choque, así, se dejó ir entre la entrada de Xavi para despedirse del Camp Nou y la salida de Iraola para despedirse del Athletic mientras Luis Enrique se desgañitaba en la banda reclamando calma. Así hasta que en el 73 Messi redondeaba su maravillosa noche apareciendo de la nada entre tres defensas para enviar a la red un pase de Alves; así hasta que Williams, un tipo del mismísimo Bilbao, de madre liberiana y padre ghanés que hace unos meses estaba en Segunda B, lograba el gol que devolvía el honor y parte del orgullo a su afición.

Ni la "sobrada" final de Neymar, ni el enfado de San José pueden ni deben deslucir una final peleada, luchada y claramente ganada por un Barça imperial dirigido por un sobrenatural Messi y un Athletic luchador y valiente siempre empujado por la fuerza de su afición. Y lo que empezó con pitos acabó con aplausos y el Camp Nou cantando el nombre de Luis Enrique. Aún le queda al asturiano cerrar el círculo con el triplete en Berlín.