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Mareona y equipo tocan el cielo de Sevilla

Técnicos, auxiliares y directivos acabaron en la ducha y los jugadores volvieron a salir al campo llamados por su afición

La afición del Sporting apenas pudo contener las lágrimas de alegría una vez consumado el ascenso a Primera. DIARIO DE SEVILLA

"Papá, papá, hemos ascendido. Somos de Primera". La voz grave del hombretón, ya maduro, que salta y grita el ascenso a su padre, que celebra en Gijón a mil kilómetros de distancia, se hace oír en media grada. Es un hombre feliz que se comporta como un niño lleno de ilusión y que recibe las felicitaciones de seguidores béticos a los que nunca ha visto y nunca volverá a ver. Es el espíritu mismo de la celebración que vivió ayer en el Benito Villamarín. Fue una fiesta cercana, sincera. La mayoría de los futbolistas del Sporting corrían a la salida del estadio en dirección a los aficionados que les esperaban tras la valla de seguridad. Muchos de ellos reconocían a un padre, a una madre y corrían para encontrar el abrazo más esperado.

No es común que una afición visitante despliegue un tifo en campo contrario. La del Sporting no es una afición cualquiera y en el Benito Villamarín, tiene su residencia de verano. Acertó de pleno el escritor de la pancarta: "Enhorabuena por vuestro ascenso, hermanos Béticos. Juntos en Primera. ¡Vamos Sporting!". Había algo premonitorio en el ambiente. Nadie se atrevía a decirlo muy alto, pero todos creían en el ascenso.

Esta historia hay que empezarla por el final. Es la historia de un equipo que en pleno éxtasis cruza el campo rival para dirigirse al fondo que ocupan los aficionados béticos y celebran con ellos la alegría compartida. Es la historia de un millón de abrazos, de un equipo que fue llamado de la ducha por sus seguidores para volver a celebrarlo de nuevo. Pasaron muchas cosas en el vestuario, en los pasillos del Benito Villamarín que se resumen en gritos, abrazos y más abrazos, alguna lágrima y agua. Mucha agua. También en una tensa espera, a medida que iban llegando noticias desconcertantes desde Girona. Abelardo retrasó su comparecencia hasta que el ascenso fue definitivo. El técnico no se libro de la ducha, ni el presidente, ni el director general, ni el hijo del dueño. Ayer valía todo. Los guajes son los mejores, también en la alegría porque lo disfrutan como niños y contagian su alegría.

Eso fue dentro del campo, porque el Sporting se tiró a la calle a celebrar con los suyos. A ambos lados del autocar rojiblanco esperaban varios centenares de aficionados rojiblancos que no paraban de cantar. La Mareona aclamaba a los futbolistas que se lanzaban literalmente contra los aficionados. En un gesto de admiración mutua, muchos jugadores grababan con sus teléfonos los cánticos de los aficionados.

La Mareona lleva todo el fin de semana inundando Sevilla. Los más cómodos viajaron ayer mismo en vuelo directo en el que no cabía otra camiseta rojiblanca. Dos horas antes del inicio del encuentro, medio millar de aficionados rojiblancos se agolpaban tras las protecciones de seguridad del Benito Villamarín para recibir al Sporting. Sonaron todos los clásicos. Del Asturias, patria querida, al Gijón del Alma. Se recordó a Preciado y hasta a Rafa Sastre y se desató la euforia cuanto el autocar enfiló el lateral del estadio, precedido por una elegante patrulla a caballo de la Policia Nacional.

Abelardo fue el primero en bajar y dirigirse a los aficionados con los brazos, levantando los puños. El Pitu creía firmemente en el milagro. Los jugadores, concretados, desfilaron rápido. Había mucha tarea por delante. La Mareona fue la primera en entrar al estadio, desafiando al calor asfixiante. La imagen de los mil quinientos sportinguistas en un estadio vacío era conmovedora. La imagen de la esperanza.

No habían cruzado toda España para perderse ningún detalle. Desde los prolegómenos del encuentro, la afición del Sevilla y la del intercambiaron mensajes de apoyo. Cuando la megafonía saludo a los seguidores rojiblancos, la grada del Villamarín estalló en un aplauso cerrado. Que fue devuelto. Las dos aficiones animaron al rival y fueron muchos los béticos que se quedaron a la conclusión del encuentro para celebrar la fiesta rojiblanca. El Villamarín había ensayado hace dos semanas cómo se celebra un ascenso y ayer le quedó claro.

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