El ascenso hay que sufrirlo, como lo sufrió el Sporting. Pero también hay que perseguirlo con la fe con que lo hicieron los guajes de Abelardo, que siguieron buscando los goles que necesitaban a pesar de que al descanso parecía que todo se había ido al garete. Abelardo creyó y los guajes hicieron el segundo y el tercero. Los goles retumbaron en Girona y a aquel equipo que parecía imparable le entró un ataque de vértigo. Con el trabajo despachado, los futbolistas se dirigieron a la esquina de la Mareona para agradecer el apoyo. Fue entonces cuando Sevilla pareció Castellón. Marcó Caballero para el Lugo y desató la fiesta en Sevilla y en Gijón. Tan lejos y tan cerca. El drama vino con el gol del Girona, anulado después. Y el suspense se vivió ya a puerta cerrada, en un vestuario que rompió a llorar.

Relacionadas

Los guajes del Sporting, los de Abelardo, se han comportado como hombres, han encarado con fortaleza situaciones complejas y han ganado batallas disputadas en inferioridad. Fue precisamente en la victoria, la mayor de sus vidas, cuando lo guajes rompieron a llorar. El primero Quini, el más niño de todos. Y Abelardo, y Cases, y Sergio... algunos dicen que hasta la pareja de centrales.

El Sporting ocupa de nuevo el sitio que se merece entre los grandes de España. La goleada ante el Betis, que pasa directamente a la lista de partidos de leyenda de los rojiblancos, vale mucho más que un ascenso. El Sporting ha ganado un proyecto en el Benito Villamarín. Abelardo ya ha dicho que quiere seguir, parece difícil que Sergio y Cuéllar no quieran disfrutar de algo que costó tanto conseguir. Vender ya no será una urgencia y hay que exigir a la directiva que sea, a quien gobierne en club en ese momento, que el Sporting de los guajes siga unido. Hay una cosa segura. Este equipo será recordado. Hay una generación entera de sportinguistas que necesita grandes historias. Aquí está la de unos guajes en los que nadie creía, que se han colado en la fiesta de Primera.

El partido tuvo poca miga. El Sporting jugó como si dependiera de sí mismo y el Betis fue un rival comprensivo, mientras las aficiones de ambos confraternizaban en un hermanamiento que viene de 1997. Abelardo introdujo a Carmona, como estaba previsto, aunque sorprendió al dejar a Jony en el banquillo. El Sporting atacó con la urgencia del necesitado y quiso marcar pronto para presionar a un Girona, inexperto en moverse por las alturas.

Carmona pudo hacer el primero, pero el poste repelió su remate a la media vuelta. El Betis también se animó y llegó con cierto peligro. Sergio se puso a los mandos y abrió en canal la muralla bética con un pase interior. Prolongó Carlos Castro hacia Guerrero, uno de los hombres más en forma del Sporting en este poderoso sprint final. El gol dio alas al Sporting, pero Sandaza se las cortó de nuevo al filo del descanso adelantando al Girona.

Abelardo ignoró gol y, al descanso, pidió a su equipo que hiciese el segundo y confiase en Quique Setién y sus muchachos. Los guajes, siempre obedientes, hicieron el segundo y el tercero por medio de Jony e Isma López, una banda izquierda a la que dará gusto ver en Primera.

Sin noticias del Lugo al final del encuentro, el Sporting se conformaba con el premio de consolación y agradecía a los seguidores el esfuerzo realizado. Cuando Caballero marcó en Montilivi un gol que se cantó en toda España, desde Gijón a Sevilla, pasando por todas las gargantas sportinguistas de Madrid, de León, de Salamanca, de cualquier rincón.

El sportinguismo ya estaba orgulloso de Abelardo y sus guajes, que ayer remataron una obra perfecta. Dos derrotas en 42 partidos. No hay mucho más que decir. El Sporting toca el cielo con 82 puntos y un mérito enorme. Jugadores y técnicos disfrutaron como aficionados. Disfrutaron con los seguidores, con familia y amigos.

En la zona de vestuarios del Villamarín no quedó nadie por abrazar. Gritos, saltos, duchas inesperadas y mucha emoción. Este ascenso es cosa de todos, un trabajo en equipo, aunque a veces parecen una pandilla de guajes jugando en el parque. La temporada de este grupo se merecía una alegría de gran calibre. Los jugadores del Sporting salían del vestuario con la misma cara que un niño el día de los Reyes Magos. Pura ilusión, pura felicidad. Y muchas ganas de llegar a Gijón para darse un baño de masas, para presentar los respetos a Pelayo y hasta para tirarse al mar.