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Al oro

Sigrid de Thule contra la NBA

Sobre los enfrentamientos entre las selecciones de baloncesto de España y Estados Unidos

No se me ocurre mejor homenaje al gran guionista de cómic Víctor Mora, recientemente fallecido, que imaginar a su gran personaje, el Capitán Trueno, participando en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro junto con sus inseparables compañeros Goliat y Crispín. El Capitán Trueno es el héroe de la gran sonrisa, el héroe bueno, amable, compasivo, armado con unos principios que, si al malo de turno no le gustan, jamás opone otros a la manera de Groucho Marx, sino que pese a quien pese siempre lucha por la justicia, por el fin de la esclavitud, por la liberación de la mujer, por la libertad. Vale, me estoy viniendo arriba, pero es que pertenezco a una generación que debe muchas cosas al Capitán Trueno: el amor a los viajes, el respeto por otras culturas, la alegría en la mesa, el desprecio por los abusones, el sabor de la aventura. Trueno, Goliat y Crispín, representando a la humanidad, participan en los Juegos Olímpicos. Y arrasan.

Capitán Trueno, medalla de oro en esgrima. Goliat, oro en halterofilia, en lanzamiento de peso, en martillo, en disco. Crispín gana la medalla de oro en todas las carreras, de velocidad, de medio fondo, de fondo y la maratón. Trueno también gana todas las medallas de vela. El oro en boxeo, para Goliat. Crispín gana la medalla de oro en tiro con arco. Y en baloncesto? Mmmmmmm? ¿Podrían nuestros tres héroes vencer a los chicos de la NBA? Parece que no, que eso no puede ser y, además, es imposible. Como todo el mundo sabe, la selección de baloncesto de Estados Unidos es casi invencible, y a lo más que un equipo puede aspirar es a obligar a ese descomunal grupo de jugadores a ponerse las pilas y tomarse el partido en serio. Pero, ¿y si la superioridad de los estadounidenses no es un mito, sino un prejuicio? Los prejuicios son eficaces y también muy peligrosos y, como apunta Hannah Arendt, se reconocen porque encierran un juicio que en su día tuvo fundamento legítimo en la experiencia, un juicio que sólo se convirtió en prejuicio al ser arrastrado sin el menor reparo ni revisión a través de los tiempos. Eso sí, el poderío del baloncesto estadounidense puede ser un juicio o un prejuicio, pero de ninguna manera es pura charlatanería como las cosas que dice y hace Mourinho, por ejemplo, porque la charlatanería no sobrevive al día o la hora en que se da. ¿Cuánto duran las afirmaciones de Mourinho? Tanto como dure la rueda de prensa. ¿Cuánto dura la fama y el crédito de la selección NBA? Siempre, porque esa fama está tan anclada en el pasado surgido a partir del inmortal "Dream Team" que arrasó y maravilló en los Juegos Olímpicos de Barcelona que es imposible tener una verdadera experiencia del presente. Y el presente es que hay una selección que puede ganar a los Estados Unidos. No es la selección de los héroes salidos de la pluma de Víctor Mora y los maravillosos dibujos de Ambrós, sino la selección española.

Estados Unidos y España se enfrentaron en una semifinal de baloncesto de los Juegos Olímpicos. Los prejuicios nos llevaban a asegurar que el partido sería emocionante, pero la victoria de los estadounidenses estaba garantizada. El juicio, sin embargo, nos decía que España estaba jugando de maravilla mientras que Estados Unidos ganaba partidos por imperativo del talento de sus jugadores y porque nadie es capaz de soportar la intensidad del juego de Kevin Durant y compañía. La charlatanería es la causa de que, tras las primeras derrotas de la selección española, muchos hablaran del fin de la era más gloriosa del baloncesto español, de que los jugadores se presentaron en Río de Janeiro desmotivados y de que, en fin, Pau Gasol estaba fuera de forma y bla, bla, bla. A la porra con los prejuicios. A la porra con la charlatanería. Hay que confiar en los juicios más que en la ayuda del Capitán Trueno, Goliat y Crispín. Perdimos, sí. Por poco y al final. Pero hoy la maravillosa selección española femenina de baloncesto se enfrenta a, claro, la selección de Estados Unidos y estaría bien que Sigrid de Thule, la eterna novia del Capitán Trueno, nos echara una mano. O dos.

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