Pep Guardiola ha ganado mucho, incluso en sus mano a mano con entrenadores que aseguran vivir sólo para las victorias, pero sobre todo ha conseguido elevar un estilo que ha funcionado de maravilla en dos equipos del máximo nivel y amenaza con prender en un tercero. En apenas dos meses ha convertido a aquel City sin sustancia de la semifinal de la última Liga de Campeones en un equipo de cuerpo entero. Un bloque capaz de plantarse en el campo de su máximo rival y firmar 45 minutos espectaculares. Y también, cuando el panorama se puso feo, de competir en entrega, esfuerzo y capacidad de sufrimiento. Con apenas un par de entrenamientos por los compromisos de sus jugadores internacionales y sin su delantero titularísimo, el Kun Agüero, Guardiola ordenó a sus jugadores que bajaran el balón al pasto y lo pusieran a circular. Así, a las primeras de cambio, el técnico demostró que su método sirve igual para la Liga española, que para la Bundesliga o la Premier. A fin de cuentas se trata de jugar al fútbol lo mejor posible. Cada vez más, los enemigos de Guardiola recurren a cuestiones extrafutbolísticas para criticarle. Por su forma de hablar, o de vestir, o por sus opiniones políticas. Lógico que vayan por ahí porque por lo otro, por el fútbol, se quedan sin argumentos. Su forma de jugar puede gustar más o menos, pero es el reflejo de lo que mamó en su etapa de futbolista y respeta los códigos más puros de este deporte.