Si el fútbol interesa a tanta gente es porque remite a recuerdos de la infancia. La identificación con un equipo, con unos futbolistas, con unos colores, con un campo es tan sólida que da lugar a exageraciones que a veces hasta no lo parecen. Por eso el anuncio de que los dirigentes del Sporting buscan un apellido para El Molinón, a cambio de un puñado de euros, ha soliviantado a las masas. Ya ocurrió algo parecido hace más de 25 años, cuando la directiva de Plácido Rodríguez Guerrero decidió cambiar el color del pantalón, aunque en ese caso había más intereses de fondo. Con los símbolos no se juega, incluso en este mundo tan mercantilizado. De todas formas, por mucho que se empeñen los que mandan, en la calle se sigue hablando de Primera o Segunda División y no del banco de turno. Y lo mismo se puede decir del Benito Villamarín o de Vallecas cuando los dueños quisieron darse un baño de autoestima. Así que, decida lo que decida la familia Fernández, el sportinguismo seguirá apoyando a un equipo que "en El Molinón no tiene rival".