Antes de tu llegada, Johan, el Barça era un club victimista, triste, apocado, perdedor. Menos que un club. Como jugador le enseñaste a disfrutar del fútbol y, de vez en cuando, a ganar. Como entrenador acabaste de una vez por todas, quizá para siempre, con sus complejos. Hiciste entender que el fútbol es para disfrutar, mientras se fuma un cigarro o se paladea un chupachups. Porque los triunfos son consecuencia del juego, no al revés. Fuiste un innovador en muchos aspectos tácticos. Demostraste, por ejemplo, que alinear a tres centrales no era jugar con un defensa más, sino con dos menos. Sobre todo cuando las bandas las ocupaban extremos como Goikoetxea o Begiristáin. Todo eso sobrevoló el miércoles por el Camp Nou hasta culminar la remontada más grande de todos los tiempos. Una gesta imposible sin otra de las virtudes que te acompañaron siempre, la suerte. También, por supuesto, con detalles importantes como los errores del rival o del árbitro. Todo eso se juntó para desatar la tormenta perfecta, un momento inolvidable de la historia del fútbol. Gracias a ti, Johan Cruyff.