Ni el peor sueño del más pesimista de los aficionados del Unión Financiera podría haber dibujado un escenario peor que el de ayer en Pumarín. El Ourense fue ese equipo peligroso que se preveía. Además, parecía imposible que sus jugadores erraran. Fran Guerra fue un titán debajo de los aros, Christian Díaz no sólo dirigió a su equipo, también golpeó una y otra vez desde la línea de tres. Por si fuera poco, el técnico García de Vitoria, con una zona presionante, puso en unos aprietos al Oviedo que no supo resolver. Lo mejor para los locales fue el resultado final, maquillado con un arranque de orgullo final, y, sobre todo, que lo de ayer fue sólo la primera batalla de una eliminatoria a la que le quedan más capítulos.

Todo salió mal en Pumarín. El primer cuarto fue algo más igualado, pero ya se vieron algunos de los problemas que terminó arrastrando el Unión Financiera durante todo el partido. A los ovetenses les faltó rebote, les faltó acierto y, sobre todo, les faltó leer mejor la defensa. Permitieron demasiados tiros cómodos a un Christian Díaz que ayer parecía incapaz de fallar.

La desventaja de seis puntos con la que se fue el equipo de Carles Marco tras el primer parcial no fue una anécdota. Lo peor estaba por llegar y en el segundo y el tercer cuarto Ourense sacó de la cancha al equipo ovetense. Kapelan y Mitrovic parecían dos jugadores imparables, como si los de enfrente fueran de una liga inferior. Cuando entraban a canasta nadie los frenaba. No ayudó a mejorar la intensidad en defensa lo poco que necesitaron los colegiados para señalar las faltas. El nivel de permisividad estuvo por los suelos y el Ourense tuvo el acierto suficiente para aprovecharlo y el Oviedo no.

La renta de 20 puntos (53-73) con la que se llegó al último parcial explicaba a la perfección el dominio de los gallegos. Una de las cosas que marcaron la diferencia de una manera trágica para los intereses de los locales fueron los rebotes: 44 capturaron los de Orense y 17 los de Oviedo. Así es complicado sacar un partido adelante. Trece rebotes ofensivos concedió el equipo asturiano al gallego, concediendo una y otra vez segundas, terceras y hasta cuartas oportunidades.

Cuando se produce un naufragio así las causas son múltiples. Tampoco la fortuna estuvo del lado local. Cada vez que intentaban cambiar el rumbo del partido o bien el balón salía disparado siempre a las manos contrarias o bien el aro escupía la canasta.

Tras un partido así toca una reflexión en la que lo más productivo es sacar alguna conclusión positiva. Y ésta llegó en el último cuarto, un rayo de luz cuando todo estaba perdido. El equipo nunca tuvo opciones de darle la vuelta al partido pero aun así trabajó hasta el último instante.

No debe ser fácil para una plantilla que llegaba con tanta ilusión a este encuentro verse en una tan abajo. Y aun así siguieron intentándolo, subieron el nivel defensivo a la desesperada y al final consiguieron recortar diferencias y dejar el marcador en unos guarismos razonables.

Esto acaba de empezar. Mañana, a las 18 horas, hay otra batalla y nada está perdido.