Lágrimas asturianas cayeron ayer sobre la tierra batida de París. Eran las de Pablo Carreño Busta, tenista gijonés de 25 años formado en el Real Grupo de Cultura Covadonga y número 21 en el ránking mundial. Pero por poco tiempo. Todo apunta a que escalará puestos cuando termine Roland Garros. Y de qué forma. En cuartos de final le espera un imposible, el emperador del Grand Slam francés: Rafael Nadal, partido previsto para mañana. Pero eso es el futuro inmediato y aquí es menester mirar a lo de ayer, a esas lágrimas sobre la tierra batida parisina. El tenista, superado por la emoción al final del partido, no pudo ni atender a las televisiones. Fueron las lágrimas de un guerrero astur que camina hacia la cima.

Porque Carreño fulminó a un gigante enfurecido. El canadiense Milos Raonic -número seis del mundo y quinto favorito en el torneo parisino- sacó a pasear su mejor versión por momentos, incluido el mazo cañonero que tiene en el servicio. Pero el tesón y el corazón del asturiano acabaron por doblegarle tras 4 horas y 17 minutos de partido y a la séptima bola de partido. Resultado final: 4-6, 7-6, 6-7, 6-4, y 8-6.

El gijonés no se conformaba con haber llegado a sus primeros octavos de final de un torneo del Grand Slam tras ganar a Dimitrov con solvencia, sino que tumbó a otro grande, todavía más superior a él en el ránking, y alcanzó los cuartos, algo conseguido anteriormente sólo por otro asturiano, el ovetense Galo Blanco, en 1997 y también en Roland Garros.

El gigante canadiense quiso imponer la fuerza de su mazo, abreviar los puntos al máximo e intentar noquear al asturiano por la vía rápida. Fruto de ello engordó de forma paralela dos estadísticas opuestas, en una suerte de alegoría del yin y el yang: acumuló un alto nivel de golpes ganadores al mismo tiempo que se lastró con una buena montonera de errores. Eso sí, el casillero de saques directos creció a la misma velocidad que lanzaba la bola en primeros servicios imposibles para Carreño.

Ante ese bombardeo no se puso nervioso el gijonés, que tiene más templanza de la que le correspondería por experiencia en lides de tan alto nivel. Siempre bien plantado, aguardando para aprovechar las pocas ventanas abiertas que deja Raonic al saque. Así, se lanzó como una fiera para aprovechar sus segundos servicios. Carreño no desesperaba, pero sí desesperaba a su rival, que tuvo que alcanzar su mejor nivel.

Éste llego en el último set. La batalla fue ganando en épica. Sin duda, una de las mejores en lo que va de Roland Garros. El entusiasmo del público fue señal de ello. Ya saben de primera mano quién es Pablo Carreño.

En último set de Grand Slam no hay "tie break". Tocaba decidir el partido por diferencia de dos juegos. Pudo acabarse con un 7-5, pero Raonic se agarraba a la tierra batida de París ajustando a las líneas. Levantó tres bolas de partido al gijonés. Pero sacó su rabia el tenista tranquilo y no cedió en el pulso psicológico.

Se levantó tras esas tres ocasiones que volaron fuera de la pista y rompió el siguiente juego al canadiense. Y en blanco. Seguía sin querer morir Raonic, que, ya con Carreño al servicio, salvó otras tres bolas de partido. A la siguiente fue la definitiva. Y Carreño venció. Subiendo a la red, como los grandes, como le hubiera gustado hacerlo a Raonic. Y los grandes también lloran. Por eso se derramaron lágrimas asturianas sobre la tierra batida de París.