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Fútbol | Partidos con historia

Duro fin de ciclo

El Milán de Capello arrolla al Barcelona en la Liga de Campeones de 1994, en una clara muestra de que se acaba la espléndida época de Cruyff en el club azulgrana

Koeman observa un balón colgado al área por el Milán.

Johan Cruyff no fue destituido como entrenador del Barcelona hasta el 18 de mayo de 1996, pero la cuenta atrás que todo técnico comienza en el momento en el que es designado para el cargo se aceleró en este caso exactamente dos años antes, el día que perdió la oportunidad de conseguir su segunda Copa de Europa dirigiendo al equipo azulgrana desde el banquillo, derrotado por el Milán, también rival italiano, como ante el que había ganado la primera, pero evidentemente mucho más fuerte que aquel Sampdoria de 1992 en Wembley.

Fue una de las finales más desiguales de la historia de la Copa de Europa. El choque de estilos que representaban dos visiones estratégicas tan diferentes como las de Cruyff y Fabio Capello se solventó en este partido, el 18 de mayo de 1994, a favor totalmente del italiano, cuyo Milán pasó por encima de un Barcelona agotado. Y puede que no sólo porque cuatro días antes hubiese jugado aún un partido decisivo, en la última jornada de Liga, saldada de forma de nuevo favorable para los intereses azulgrana.

Por tercera vez consecutiva el Barcelona se había proclamado campeón del torneo doméstico aprovechándose del error del que dependía de sí mismo en el partido con el que se cerraba el campeonato. La fortuna volvía a estar con un equipo que, eso sí, maravillaba como ningún otro por aquella época. Primero, en dos ocasiones, 1992 y 1993, fue el Tenerife el que echó una mano al club catalán ganando al Madrid en Santa Cruz. Si parecía increíble que se hubiese dado esta circunstancia en dos ocasiones con los mismos protagonistas en el mismo escenario, a la tercera tampoco le faltó carácter rocambolesco.

El Deportivo, líder, al que le bastaba derrotar en La Coruña a un Valencia que no se jugaba nada para proclamarse campeón sin estar pendiente de lo que hacía el Barcelona con el Sevilla, se lo puso en bandeja a los azulgrana al no ser capaz Djukic de transformar un penalti con el que fueron castigados los levantinos a un minuto del final. A los de Arsenio les temblaron las piernas, no sólo a Djukic, aquella jornada que se les presentaba gloriosa en Riazor y que acabó convertida en un funeral. El nuevo éxito liguero tuvo un efecto más bien desmovilizador que euforizante en el Barcelona a la hora de presentarse ante el Milán en la final de la Copa de Europa, también porque sus jugadores habían tenido que hacer un esfuerzo impresionante con el fin de dar caza de un Deportivo que llegó a tener una sólida ventaja al frente de la clasificación mediada la temporada y presentarse con posibilidades de ganar el título en la última jornada. Flojo de fuerzas y con la sensación anímica en cierto modo de que ya habían cumplido al ganar la Liga, lo que sucedía por cuarta temporada consecutiva, el Barcelona fue como un juguete roto a manos de un Milán tan sólido como eficaz. Mucho menos brillante que el equipo de Arrigo Sacchi, con el que el Milán había iniciado su último período de dominio, pero desde luego de mucho más poderío físico todavía. Como eran los equipos de Capello, el sucesor de Sacchi, según se pudo contemplar en España muy de cerca poco después en dos ocasiones, cuando el italiano entrenó al Real Madrid, y en ambas ganó la Liga (1997 y 2007).

Aquel día en Atenas el Milán fue superior de cabo a rabo, arrollador ante un enemigo que estuvo muy lejos de meter el miedo que solía inspirar a los rivales con su fútbol espléndido en tantas ocasiones de la época de Johan Cruyff como responsable técnico. Hasta pareció apreciarse la circunstancia de que, con el partido más que decidido al cuarto de hora de la segunda parte, los Maldini, Boban, Savicevic y demás levantaron el pie del acelerador, ante un rival negado, y que tenía toda la pinta de que vivía el final de un ciclo, impresión que se comprobó fehacientemente en los meses posteriores. El Barcelona de Cruyff sólo volvió a alzar un trofeo, la Supercopa de España de 1994, ante el Zaragoza, también en un eliminatoria muy propia de cómo un equipo tan frívolo en ocasiones, muy a imagen y semejanza futbolística de su creador, vivía tan frecuentemente en el filo de la navaja, pues después de ganar 0-2 en La Romareda, perdió 4-5 en el Camp Nou. Comprar una entrada para un partido para el Barcelona seguía siendo una buena inversión. El espectáculo estaba garantizado fuese propio o porque facilitase el del oponente.

La trayectoria posterior de los azulgranas fue un conjunto de decisiones erráticas, fichajes estrambóticos y alineaciones pintorescas. Cruyff había perdido totalmente el rumbo. En un ambiente de enorme tensión entre el holandés y la directiva, el técnico fue despedido sin tener siquiera la oportunidad de despedirse públicamente de los aficionados, después de todo lo que había significado para el Barcelona. No es que una directiva presidida por José Luis Núñez fuese un compendio de ciencia futbolística, pero en el choque de trenes que se produjo el presidente, el mismo que lo había fichado en 1988 para salvar su cabeza, fue el que lo liquidó harto del desbarajuste en el que estaba instalado el equipo.

Cruyff nunca más volvió a entrenar de forma profesional y el Barcelona no volvió a jugar una final de la Liga de Campeones hasta 2006, cuando Frank Rijkaard, uno de los discípulos más aventajados de Johan, era su entrenador. Los azulgranas, que eliminaron al Milán en semifinales, derrotaron en el último partido de la competición al Arsenal por 2-1.

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