A Ricardo Cuisinier aún se le quiebra la voz al recordar a su amigo Ricardo Santos dando tumbos sin sentido hasta caer desplomado en el suelo. Afrontaban juntos el último kilómetro, el décimo, de la Pujada al Castell de Xàtiva y el corazón de Santos, afectado por una anomalía congénita entonces pendiente de operar, funcionaba correctamente, según los datos del pulsómetro con el que se vigila cada vez que se calza las zapatillas. Error: su corazón, de repente, se paró. «Estuvo 150 metros corriendo sin sentido hasta caerse. Al principio pensé que se había trastabillado con las zapatillas, hasta que me dí cuenta que era un estado de presíncope», recuerda Cuisinier. Él es el primer eslabón de una cadena de hechos afortunados que salvaron la vida de su amigo, tocayo para más inri. Es instructor de reanimación cardiopulmonar. Una historia con tintes poéticos. Dos «ricardos» con corazones de león.

Santos nació con una estenosis valvular aórtica. Vivía con 2 ventrículos en la aorta, en vez de los 3 de un corazón normal, pero los médicos le permitían hacer la vida de cualquier mortal, siempre que no se sometiera a esfuerzos sobrehumanos . «Lo tenía controlado desde los 8 años. Cuando me lo detectaron jugaba al fútbol. Me hacían revisiones anuales y pensaban operarme a los 50 años, pero podía hacer deporte siempre que no me pasara», explica.

El 30 de octubre de 2016, sobre las 11 de la mañana, la estenosis ventricular se manifestó de pleno en el pecho de Ricardo Santos. Con 9 kilómetros a las espaldas, en plena subida, y con la emoción del último tramo, el corazón se paró. «Tengo recuerdos de la carrera. Habíamos saludado a mi madre, ya que la carrera pasaba por mi casa, y me sentía bien. El siguiente recuerdo es en la ambulancia, cuando recuperé la consciencia», recuerda Santos, que acaba de cumplir 24 años. Aquel día, todavía con 21, estuvo muerto unos minutos, no sabe cuántos exactamente. En medio, dice, no hay recuerdos. La nada. El vacío. No vio luces, ni imágenes de su vida, ni sintió experiencias místicas como las que cuentan algunos de los que volvieron del otro lado. «No recuerdo absolutamente nada» insiste. Una percepción científica que no impide que, de vez en cuando, le dé vueltas al asunto. «No creo en Dios, pero pienso en algunos familiares que murieron jóvenes? No sé, ¿quién sabe?».

Mientras Santos estuvo de visita un rato a la frontera de lo desconocido, el otro Ricardo vivió los minutos más intensos de su vida. Su pericia como técnico de emergencia sanitaria resultó vital. Nunca había logrado rescatar a ningún paciente. «Se dieron todos los condicionantes», explica con una sonrisa nerviosa. «Empecé a ventilar y comprimir, ventilar y comprimir. Nunca lo había hecho a 'pelo'. Casualmente, una ambulancia TNA (Transporte No Asistido), se había quedado encerrada en ese tramo de la carrera. Es una ambulancia básica, pero lleva un desfibrilador. Yo estaba exahusto ya, por la carrera y por la situación, y en ese momento apareció, también, un corredor que era médico internista, que me ayudó con a reanimación justo en el momento necesario», explica Cuisinier, que también es árbitro de fútbol regional. Todo lo que ocurrió, insiste, fue providencial para que hoy, juntos, puedan contar la experiencia. «Yo le apliqué el desfribilador y el médico continuó comprimiento y ventilando. Conseguimos recuperarle el pulso», recuerda Cusinier, que revive el momento con los ojos vidriosos.

El tercer eslabón de la cadena que devolvió a Ricardo a la vida fue la aparición de una ambulancia del SAMU, avisada por otros corredores. «En ese momento, recuperó el pulso y justo lo que hacía falta esa ambulancia, equipada con todo lo necesario para un caso tan extremo». Fue en el viaje al hospital cuando Santos volvió en sí. Su amigo decidió terminar la carrera y el «speaker», sin saber nada de lo ocurrido, le puso el micrófono en la boca. «He terminado por mi amigo». Cogió el coche y se fue directo al centro hospitalario. «¡Has salvado la vida a tu amigo!, ¡le has salvado!», le recibieron los médicos en la UVI mientras lloraba sin parar.