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Quini: El Brujo de la "Y"

Goleador recalcitrante, el futbolista conectó las tres grandes poblaciones asturianas gracias a su carisma

Quini: El Brujo de la "Y"

En su biografía se resumen las tres principales poblaciones asturianas, que a mediados de los 70 - justo en su cenit- fueron unidas por una autovía en forma de "Y", pues nació en Oviedo, se crió y formó en Avilés, y vino a triunfar a Gijón. Ciudad que también le acaba de ver morir, en un gélido día invernal que a todos nos ha helado el corazón, para a renglón seguido entrar en la inmortalidad a la que se hacen acreedores los héroes.

Sus obituarios insisten en que Enrique Castro González pertenecía a una familia humilde y trabajadora, la habitual cuna de los ases del balón, y que se forjó en uno de los mejores altos hornos futbolísticos, el Ensidesa avilesino, a lo largo de los años 60. Filial oficioso del Sporting, el cuadro siderúrgico le remitió a "El Molinón" a finales de 1968, con los diecinueve recién cumplidos (nota curiosa: había nacido el mismo día que Bruce Springsteen, el 23 de septiembre de 1949). El club rojiblanco penaba su travesía por el desierto de la Segunda División desde hacía diez años, pero Quini se va a destapar muy pronto como un acreditado profesional del gol, llevándole en volandas al final de la temporada siguiente, la 69-70, de regreso a la élite del fútbol español. Aquel fue también el primero de sus siete "Pichichis"

Junto a su hermano Jesús, ya indiscutible en la meta sportinguista, formó una de las sagas familiares clásicas de la época, y ambos contribuyeron, en facetas tan opuestas, a situar de nuevo a Gijón en el mapa futbolístico. Quini, ya internacional absoluto desde 1970, se reveló muy pronto como un goleador de raza, un depredador del área que no se perdía en florituras y enfilaba siempre la barraca con instinto asesino, aunque derrochando "fair play" por arrobas allá donde pisaban sus tacos. Era uno de esos rematadores recalcitrantes, capaz de incrustar la mismísima guía telefónica en el marco rival, no importaba con qué superficie de su no demasiada aventajada anatomía -1,76 de altura- le impactase.

Realizador completo, el mejor sin duda de su generación, ya fuese con la izquierda, con la derecha o a testarazo limpio, despertó muy pronto la codicia de los grandes, en un contexto donde el gol se cotizaba muy caro, como bien escasísimo que era. Fue el sempiterno objeto de deseo del Barça, que cada verano llamaba a las puertas de "El Molinón", con la buchaca repleta, para encontrarse siempre con la negativa de un Sporting parapetado en el anacrónico Derecho de Retención, y que siempre exigía cantidades fuera del mercado para desprenderse de su gran estrella, con el permiso de los Churruca, Megido, Valdés o Ferrero, que no eran precisamente mancos? Una estrella también en el factor humano, querido por todos, más allá de los colores de cada uno y glosado ya muy tempranamente -cosa insólita entonces, a mediados de los 70-, en un libro escrito por su propio compañero José Manuel, otro futbolista que nos dejó demasiado pronto?

A punto de cumplir los 31, y con un carro de goles de todas las facturas a remolque, por fin el Sporting dio su brazo a torcer y permitió que Enrique Castro González se vistiese de azulgrana. En Can Barça siguió haciendo lo que mejor se le daba, perforar las redes contrarias y encandilar a todos con su personalidad de niño grande, inocente y bromista. Allí esa dimensión humana cobro aún si cabe más estatura cuando unos desalmados le secuestraron durante casi un mes, en aquella España superconvulsa de 1981, entre sangrientos atentados diarios, esperpénticas intentonas golpistas, atracos con multitud de rehenes, y mortíferos "síndromes tóxicos" que se cobraron centenares de víctimas. Hubo final feliz, pero el miedo tal vez ya no le abandonó nunca.

Los años, empero, fueron pesando, y le condujeron por primera vez al banquillo en sus dos últimas temporadas culés, aunque cuando salía al campo todavía hacía cundir el pánico en las defensas adversarias. Parecía que iba a retirarse como barcelonista, compañero de Schuster y Maradona, y hasta le montaron un homenaje, pero después se lo pensó mejor y triunfó el gusanillo. Inició una segunda etapa en el Sporting, si no brillante como antaño, al menos muy digna, y en el 87 va a bajar definitivamente la persiana, con casi 38 años. Las lesiones le habían respetado milagrosamente, dado lo peligroso de su misión (salvo aquel codazo del sublime George Best, en un intrascendente Irlanda del Norte-España jugado en el 72), y pudo vivir un nuevo homenaje, algo que muy pocos han podido saborear.

En un principio no siguió vinculado al fútbol, y hubo de pasar por el terrible trance de la heroica muerte de su hermano Jesús, pero acabaría volviendo a los terrenos de juego, ahora desde la banda como delegado de un Sporting en horas bajas, recogiendo por doquier todo el cariño que había sembrado. Burlaría a la Parca en un par de ocasiones, igual que había hecho con los defensas más temibles de su tiempo -Ovejero, Fernández, Gallego, Benito, Migueli, Goikoetxea? pero esta traicionera tarascada del maldito y loco Febrero ya no ha podido evitarla. Sin embargo, su ejemplo seguirá marcando goles, y el recuerdo de su irrepetible carisma le asegurará entre nosotros el "Pichichi" eterno?

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