Mucho tiempo después, junto a sus innumerables reconocimientos en el colegio Marista de León, el hermano Tomás habría de recordar los tiempos en los que el balonmano se jugaba en campos de fútbol y con once jugadores. Así, con aire de García Márquez, podría empezar la historia de este asturiano, que, a sus 90 años, es probablemente el impulsor del balonmano en España. Su historia, trufada de realismo mágico, arranca en Lugo, donde la gente señalaba con el dedo a los practicantes de un primigenio balonmano cuya técnica no estaba definida. Medio siglo después, Tomás Amador Higarza (Montecillo, Teverga, 6 de enero de 1928), atesora 16 campeonatos de España de categorías inferiores como entrenador; es el alma del Ademar (Asociación de ex alumnos Maristas), uno de los clubes con más historia de España; rechazó una oferta para entrenar al Barcelona y vivirá para ver un penúltimo homenaje: su club de toda la vida le colocará un busto de bronce enfrente del colegio donde reside en la habitación 211 desde hace décadas.

"Siento sorpresa y emoción. Jamás habría pasado por mi cabeza algo parecido. Muchos de los directivos del Ademar fueron mis alumnos y han sido testigos de los éxitos del colegio", explica el hermano Tomás en la sala de trofeos de los Maristas, donde hay títulos pertenecientes a todas las décadas de la segunda mitad del siglo XX. El colegio es uno de los más representativos de León, en pleno centro, a dos pasos del casco histórico. Es un edificio de ladrillo y mármol, con una fachada de tres alturas imponente. Su patio de recreo, donde centenares de alumnos sueñan con ser el próximo Juanín García, tienen la dimensión de varios campos de fútbol. A su lado pasan las vías del tren. "Creo que aprendí tanto como enseñé en todos estos. El deporte favorece mucho, sirve para desahogar las penas, para contar confidencias, para desahogar", reconoce Higarza.

A sus noventa años se encuentra en perfecto estado de salud. El hermano Tomás anda, con la ayuda de un bastón, con perfecta soltura. "Me molestan un poco las piernas, las tengo algo fastidiadas", confiesa casi con inocencia. Profesor de Matemáticas y Religión, llegó a León después de haber estudiado en Tuy (Pontevedra) y haber dado sus primeros pasos en Lugo, a principios de los 50. "Entrené a balonmano, fútbol, fui árbitro de voleibol y empecé en el balonmano", comenta. Sus primeros pasos en este deporte empezaron en el estadio Anxo Carro, donde hoy juega sus partidos el Lugo, en Segunda División. "De aquella, el balonmano se jugaba en campos de fútbol y once contra once. No había técnica ni nada, cada uno cogía el balón y tiraba hacia delante", rememora.

Sus pasos le llevaron a León por primera vez en 1953, donde permaneció en los Maristas hasta 1963. De ahí volvió a Lugo de nuevo, para regresar a tierras cazurras en 1968. "Y hasta hoy", añade a su trayectoria, casi riéndose. Desde ese momento, su carrera ha estado trufada de innumerables éxitos y reconocimientos. "Lo cierto es que he ganado todos los premios posibles, todas las medallas de León y de Castilla y León habidas y por haber", cuenta. Entre esos galardones también hay sitio para las insignias nacionales, como la Real Orden del Mérito Deportivo de bronce, que recibió de manos de la Infanta Cristina el 27 de enero de 1998 en el Instituto Nacional de Educación Física de Madrid. No es descartable que reciba una condecoración similar en los próximos meses.

Como entrenador lo ha ganado todo. 16 veces Campeón de España, entre juveniles, cadetes e infantiles; 12 veces subcampeón; en el 1973 fue subcampeón de Europa, en Francia. "Nos coincidía el Europeo con el Nacional en Mallorca, al que fueron los suplentes. Ganamos por la mañana a Yugoslavia y a Alemania. Al regresar a España, en Baleares se juntaron ya los dos equipos. Evidentemente arrasamos, ganamos dando unas palizas tremendas", cita sobre la que quizás sea una de sus grandes hazañas. Claro que el término "hazañas" en un hombre de su dilatada trayectoria adquiere un significado diferente. Y es que por sus manos han pasado algunos de los mejores jugadores del balonmano español: Juanín García, Cavanas, Carlos Álvarez, Llorente, Estrella, Manolo Castro, Ávila y así una larga lista.

Sin embargo, el hermano Tomás es lo que en estos tiempos modernos se conoce como un "one club man", es decir, un tipo que desarrolla toda su carrera en su equipo de toda la vida. Y no será porque no tuviera oportunidades para fichar por otros grandes del balonmano. "El Barcelona vino a por mí un par de veces, pero lo rechacé. Roca me quería para llevar a los juveniles y para que hiciera de psicólogo con los del primer equipo. Le dije que gracias pero no. Mi vida era esta. Ser profesor aquí y el deporte escolar, que me ha dado tanto", se sincera. Y aunque toda su vida ha transcurrido en la otra boca del Negrón, el hermano Tomás nunca se olvidó de sus Asturias. "A Monteciello (su pueblo natal) solía ir todos los veranos. Cuando era más joven iba para echar una mano en el campo, para segar; no había cosa que más me gustara. Ahora ya cuando marcho para allá sólo puedo tomar el sol", explica una persona que a sus 90 años, es la definición de lo que significa ser una leyenda viva del deporte. Una leyenda que las generaciones futuras recordarán gracias a las hemerotecas y al busto de bronce en el colegio de los Maristas de León.