A. TORRES DEL CERRO

Extraterrestre, máquina, feroz competidor. Los adjetivos para calificar el nuevo hito de Rafael Nadal, quien conquistó ayer su undécimo Roland Garros al batir al austríaco Dominic Thiem en tres sets, se acaban. El rey de la arcilla, quien suma ya 17 "Grand Slam" -a tres del récord Roger Federer-, lo seguirá siendo por mucho tiempo. Con sus once entorchados, marca más distancia con el extenista sueco Björn Borg, quien conquistó seis en los 70 y comienzos de los 80. Mientras, el aspirante a sucederle en el trono, Thiem, tendrá que esperar para hacerle sombra. Cuánto, no se sabe.

"¿Traspaso de poderes?", se interrogaba la portada de la revista oficial de Roland Garros. Había motivos para cuestionarse la hegemonía del español. El tenista austríaco, de golpes demoledores y piernas rápidas, había sido el único en ganarle en la tierra batida en poco más de un año. En Roma en 2017, y hace un mes y medio en Madrid. Partidos todos ellos a tres mangas, no a cinco como la de esta final.

El murmullo circulaba por las gradas y las inmediaciones de la Philippe Chatrier. Thiem, de 24 años, estaba más maduro que el pasado año y presumía del mejor bagaje de victorias en el torneo de tierra de este año: 26 triunfos. El partido se inició con un público dividido, aunque ligeramente favorable al español. La lluvia que tanto se barruntaba no compareció finalmente en la Philippe Chatrier. Del cielo encapotado se pasó a un tímido sol.

Nadal no tardó en hacerle saber a su sucesor quién manda en la Philippe Chatrier. Maniató a su oponente. Le atacó con bolas altas al fondo de la pista que le impidieron sacar su potente derecha y siempre que pudo le buscó el revés. Comenzó como un tiro el rey de la arcilla. De siete puntos iniciales logró seis y se llevó dos juegos, uno de ellos quebrando al austríaco.

Timorato, el aspirante a romper la hegemonía de Nadal en la tierra batida tardó en sacar el colmillo. Como si el peso de la historia de su oponente fuese demasiado para sus espaldas. Sin embargo, se fue entonando a medida que avanzaba el partido. Se sacó el látigo de su derecha y recortó distancias, sobre todo cuando le devolvió el quiebre y se puso 2-2. Thiem entonces tuvo la oportunidad de romperle y ponerse 3-2 con el servicio a favor, pero Nadal la salvó.

La tensión de Thiem era ya evidente. En el décimo juego, Nadal no perdonó la oportunidad de ruptura y ganó el juego: 6-4. En el segundo set, Thiem se descentró. Errores a la red le enervaron y le sacaron el partido. Soltaba imprecaciones y se lamentaba cuando su rival la colocaba justo en la esquina. Cedió de nuevo su saque en el comienzo y la ruta empezó a empinarse de verdad. Aunque hubo un momento en el que se pudo meter de nuevo en el partido. Con 4-2 abajo, disputó de una bola de ruptura. Se le desvaneció la ocasión.

En el tercer set se soltó algo, seguramente pensando que ya no tenía nada que perder. Pero de nuevo el español retomó el control de los puntos. El tramo final tuvo susto incluido. Nadal se quejó de calambres en los dedos. "No lo puedo mover", dijo en inglés. El de Manacor se olvidó del dolor y continuó aplicando el rodillo. El austríaco alvó hasta cuatro bolas de partido, pero Nadal acertó a la quinta y lo celebró.