Una carambola futbolístico-tecnológica a dos bandas, en Kaliningrado y en Saransk, casi al mismo tiempo, permitió a la selección española alcanzar su primer objetivo en el Mundial: pasar a octavos como primera, con Rusia como primer rival y por el lado amable del cuadro, en teoría. Siempre en teoría porque ya se ha visto que en este Mundial las certezas duran un suspiro. O lo que tarda el VAR en corregir una decisión arbitral. Así, con todo el mundo atento a la pantalla, llegó el gol del empate de Iago Aspas, que combinado con el empate de Irán ante Portugal devolvía a España el liderato del grupo. Pero, números aparte, las sensaciones de la selección de Hierro son malas. Es un equipo corto de fútbol, en el que sólo Isco está justificando la categoría de estrella. A partir de ahí, casi nada. Sobre todo en defensa, que volvió a ser una calamidad. Con muy poco, Marruecos marcó dos goles, Boutaib falló su segundo mano a mano con De Gea tras otro regalo propio de alevines y Amrabat estrelló un chupinazo en toda la escuadra. Agujeros que demuestran que España no tiene defensa.

Lo ocurrido ayer en Kaliningrado admite todo tipo de análisis, pero está claro que nadie puede señalar a Fernando Hierro por exceso de confianza. Con la alineación, la de cabecera con la única novedad de Thiago, el seleccionador lanzó un aviso a sus jugadores. En la víspera pidió que salieran con las luces largas, a ganar el partido sin miramientos. Sólo pareció entenderlo Isco, que se echó a la espalda el equipo y dejó, sobre todo en el primer tiempo, un puñado de exquisiteces, además del gol.

Como ante Portugal e Irán, España asumió el control del balón y del juego. El problema es que, desde el minuto uno del Mundial, siempre hay un cabo suelto en la sala de máquinas española. El penalti de Nacho, la cantada de De Gea, la precipitación de Piqué. Y ayer, a las primeras de cambio, el enredo que armaron ellos solos Iniesta y Sergio Ramos para dejar vía libre a Boutaib hacia la portería.

Marruecos, que había sido incapaz de marcar un gol en dos buenos partidos, aceptó el regalo español nada más empezar el tercero. Tras los fallos en el remate, propios y de sus compañeros, ante Portugal e Irán, Boutaib encaró a De Gea sin demasiada convicción. El delantero no se planteó regatear a De Gea, o ajustar el disparo a alguno de los postes. Tiró al muñeco y tuvo la suerte de que el balón se colara tras rozar en la pierna derecha del atribulado portero español.

Como en el debut mundialista, una noticia mala y una buena para España. Empezaba el partido cuesta arriba, pero con mucho tiempo por delante para arreglarlo. Y rápidamente tomó cartas en el asunto. Ante un rival menos hermético que Irán, el movimiento del balón de los españoles empezó a descubrir agujeros en el área marroquí. Hasta que, en el minuto 19, Iniesta e Isco hicieron una jugada a la altura de su calidad, con el Diego Costa más exquisito como tercer hombre. Iniesta aprovechó la pared de Costa para ganar la línea de fondo y dar el pase, que fue de la muerte porque Isco no perdonó.

Como España parece empeñada en complicarse la vida, cinco minutos después los defensas volvieron a cometer un error imperdonable. Un saque de banda en el centro del campo se convirtió, por la empanada española, en otra escapada de Boutaib con De Gea como último obstáculo. Esta vez ganó el guardameta, en lo que sería su primera parada del Mundial. Con el susto en el cuerpo y Hierro dando cabezadas junto al banquillo, a la Roja le costó volver a coger el hilo. Sólo en la recta final apretó, con un cabezazo alto de Busquets en un córner y otro slalom de Iniesta hasta el fondo, al que Costa no llegó por un número de bota.

Parecía que lo peor había pasado y que el descanso serviría para refrescar ideas. Pero lo peor estaba por llegar. Carvajal pareció el enemigo con un pase suicida sobre Piqué al borde del área, que el azulgrana salvó con el brazo y la complicidad del árbitro, que estaba a dos metros. De inmediato, los centrales se tragaron un balón cruzado hacia Boussufa, salvado in extremis por De Gea. y Cinco minutos después, Amrabat olvidó su vertiente camorrista para tirar de calidad con un disparo teledirigido a la escuadra, con la defensa y el portero en la inopia.

A falta de otra cosa, España se refugió en la posesión. Inocua por la lentitud en el movimiento del balón, salvo en un chispazo de Carvajal cabeceado por Isco y salvado por Saiss bajo el larguero. Del córner llegó un poderoso cabezazo de Piqué que se fue por centímetros. Aunque parecía todo controlado, Hierro movió el banquillo con un doble cambio, que en un primer momento no dio resultado. Al contrario. Un córner mal defendido, para variar, permitió al malaguista En Nesyri marcar el gol de su vida. Quedaban diez minutos y, además de la condición de invicto en dos años, España parecía lejos del liderato del grupo.

Hasta que, casi en el mismo minuto y VAR mediante, se hizo el milagro. La tecnología demostró que Iago Aspas no estaba en fuera de juego cuando desvió con un magnífico taconazo un centro raso y, desde Saransk, también llegaban buenas noticias. De esa manera, una selección sin defensa veía cómo el Mundial le guiñaba un ojo.