Ver un partido en un chigre, aunque sea a casi 7.000 kilómetros (los que hay de Asturias a Moscú) de distancia del encuentro, sirve muchas veces para enterarse de qué va la película. Ayer España dijo adiós al Mundial en lo que parecía la crónica de una muerte anunciada, vistas las dudas en la fase de grupo del combinado nacional. En las terrazas y bares de Asturias, muchas repletas de aficionados para apoyar a la selección, de la ilusión se pasó al sufrimiento, y más tarde a la decepción. Pasando sobre todo por los bostezos, el gesto más repetido ayer en toda Asturias en las dos horas que duró el partido, provocados por el juego ramplón y previsible de un equipo comodón y sin ideas que desesperó a una región pegada al televisor.

Y eso que la película no pudo empezar mejor. España, anclada teóricamente en el lado fácil del cuadro (da la risa decirlo ahora) y contra un rival asequible, se ponía por delante de la anfitriona a los once minutos (gol en propia, porque oportunidades pocas).

Fue casi el único momento de emoción en toda la primera parte en la que España no tiró a puerta en cuarenta minutos y en los chigres puede haber mucho forofismo, pero a veces en ellos hay más conocimiento futbolístico del que tiene cualquier entrenador o director deportivo. Los aficionados pedían, sobre todo, más alma a un equipo horizontal y aburrido que jugó hasta ahora el partido más anodino de todo el Mundial. "Para ver esto prefiero la vuelta ciclista", comentaban algunos.

El penalti de Piqué por una clamorosa mano que precedió al empate de Rusia caldeó los ánimos. No se libró el central catalán, siempre injustamente cuestionado en la selección, de algún reproche mal intencionado. Pese al empate, los bares asturianos seguían creyendo en la clasificación a cuartos de España, más por la debilidad de Rusia que por la fortaleza de España. "Es mucho más divertido el baloncesto", apuntaba Fernando Villabella, presidente del Oviedo Baloncesto, que siguió el partido resignado en un bar de la capital de Asturias.

El partido se fue al descanso en tablas, pero ya con una cierta desconexión general. Porque el problema de España es sentimental más que futbolístico: no emociona como lo hacía, no crea tensión. La afición quiere engancharse, pero no puede y en un país como España, carente de una cultura de selección, es fundamental que el equipo transmita, algo que no lograron los de Hierro en ningún momento del Mundial. Si la primera parte fue de bostezos en la segunda a alguno solo le faltó el sofá y la manta (menos mal que nadie se perdió un día de playa por lo de ayer). Había tantas ganas de ver a España bordándolo que se jaleaban llegadas intrascendentes e incluso saques de banda. Sufrir no se sufría, porque Rusia no pasaba de mediocampo, pero la desesperación era notoria. Cada pase atrás de Koke, muy señalado ya antes de errar el penalti, era como una pequeña dosis de somníferos. Los había que hasta querían una prórroga, aunque fuese para animar un poco el asunto. Porque la eliminación no se mascó hasta la tanda de penaltis: el pensamiento general es que era imposible que un equipo como Rusia mandase a casa a España, aunque la selección no diese pie con bola. Craso error. Después del bodrio de la prórroga se llegó a unos penaltis que la gente, seguramente debido al sopor general, no vivió con la tensión que se presupone a una clasificación a cuartos de un Mundial. Aspas erró y el resumen fue claro: "Para casa".