El castigo a la cobardía, de la forma más cruel posible. Desde el punto de penalti, con De Gea viendo pasar bajo su cuerpo la oportunidad de redimirse. Y es cobardía porque España nunca fue a por el partido. Tuvo el control de la pelota, esa posesión ficticia que no logra dañar al contrario, pero ante un rival inferior (cobarde también en su propuesta incluso con 0-1) nunca mostró decisión, nunca lució la versión de equipo con hambre que requiere un Mundial. Una Copa del Mundo demanda equipos atrevidos, la antítesis de la España de Hierro. La selección cayó en octavos con la impresión de que también podría haberlo hecho en la primera ronda. Con esa sensación de que desde el terremoto Lopetegui caminaba por una cornisa. Tropezó ante Rusia y, aunque expuso más que el rival, no se puede tildar de injusto. España tuvo la pelota pero apenas hizo daño y la suerte de los penaltis le fue esquiva. La decepción es mayúscula si se analiza el Mundial en su contexto.

La eliminación huele a fin de ciclo. El de Fernando Hierro, por supuesto, al que ya se le veía como un parche de tres semanas, pero sobre todo el de los últimos retazos de una generación que ha marcado una época con un estilo inconfundible. Se borrarán algunos nombres (Iniesta y Piqué ya han anunciado su final con la selección), pero debe permanecer el estilo, el que hizo a España marcar una época. Es la primera piedra sobre la que construir un nuevo edificio.

La propuesta de España ayer, y todo el Mundial, tiene poco que ver con la de la selección que coleccionó Eurocopa-Mundial-Eurocopa. Aquel equipo tenía las cosas claras. La selección de Hierro avanzó en la competición a base de improvisación, sin un plan definido, alejado de aquel estilo que repetía como un mantra arrinconando al rival con un sinfín de pases con un objeto ambicioso.

Y esa, la ambición, es la característica que diferencia la España campeona de la que se ha visto en Rusia. La derrota duele más por cómo se produce. Porque por una vez, al equipo de Hierro le tocó remar con viento a favor. Fue a los 11 minutos cuando todo se puso de cara. Nacho forzó una falta cerca del lateral del área y Asensio la puso con mimo a esa zona desmilitarizada que existe entre el portero y los rematadores. Donde cualquier accidente acaba en la red. Así sucedió: Ramos peleó con Ignashevich y del choque entre ambos salió un gol con efectos relajantes.

Lo que pasa es que a España el partido no le pedía tranquilidad, sino chispa. Marcó España y solo España pareció alterada. Porque Rusia siguió a lo suyo: replegar, defender cerca de la meta y en cuanto robaba buscar los espacios. Quizás en una contra, a balón parado o en un ataque de inspiración de Golovin podía llegar el premio. Como si el marcador reflejase el 0-0 inicial. Ante la propuesta rusa, España contestó con las mismas dosis de conformismo, aunque con la pelota. Pero era un arma defensiva. No arriesgar, sin profundidad, desaprovechando el talento de Isco, Silva (o su fantasma) y Asensio.

Fueron 35 minutos en los que Rusia estuvo grogui sin respuesta española. Despertaron los locales con un disparo cruzado de Golovin. A los 39 minutos la respuesta fue más contundente. Dzyuba ganó el balón en un córner y Piqué interrumpió con el brazo. De espaldas, pero en una postura poco natural. Penalti claro. El propio Dzyuba batió con precisión a De Gea para deshacer el empate. La sensación al descanso es que España había dejado con vida a una Rusia conformista incluso con la derrota. Y el nuevo escenario amenazaba con fortalecer la defensa de los rusos. Así resultó en el segundo acto, en parte porque los locales fueron creciendo en autoestima y en parte porque España siguió acogotada. Parecía cómoda al tran-tran.

Apareció Iniesta en escena (minuto 66) con la intención de alumbrar el juego pero solo lo logró con destellos aislados. Fue la entrada de Aspas, a 10 minutos del final, la que le dio otro registro a la selección. El gallego dejó un balón con el pecho que Iniesta voleó abajo y Akinfeev respondió ágil. La misma respuesta empleó al rechace cruzado de Aspas.

La prórroga dio continuidad al tedioso guión. Con Rusia cada vez más cerca de la tierra prometida, los penaltis. Otro efectivo desde el banquillo agitó el choque. De Rodrigo salieron las mejores acciones de España en la prórroga. A los 108 minutos se fue en velocidad, se deshizo de Ignashevich con una bicicleta y chutó cruzado, pero se lució Akinfeev. El partido aún escondía margen para la polémica. En una falta lateral cayeron al suelo Ramos y Piqué. El colegiado consultó el pinganillo pero no la pantalla. De la acción con Piqué sí pudo señalarse penalti por agarrón. Pero con Rusia jugando en Moscú y a cinco minutos del final de la prórroga apagaron el VAR.

Y el choque se fue a la ronda de penaltis. De Gea representó el papel de la selección en este Mundial: se quedó tan cerca de todos los disparos como España de encontrar su juego. Buenas intenciones pero nulo acierto. Fallaron Koke y Aspas y saltaron las lágrimas. Pero la desgracia no había llegado en los penaltis, sino antes: en los 120 minutos en los que España se había comportado de forma temerosa. Y en el Mundial no se aceptan propuestas cobardes.