Francia, la Francia de casi siempre, más práctica que estética, más sólida que fina, competitiva hasta la médula, perra vieja, reconquistó ayer el mundo en el estadio Luzhniki de Moscú, escenario donde logró frente a una digna Croacia el segundo Mundial de su historia. Veinte años después, de Henry a Mbappé, de Zidane a Griezmann, de Deschamps capitán a Deschamps entrenador, el combinado "bleu" abrazó justamente la gloria con un ordenado ejercicio de pragmatismo apoyado en dos argumentos que caracterizarán este torneo: el balón parado (le dio el pase a la final y el primer gol ayer) y el VAR, que empezó y acabó en Rusia con un penalti transformado por Griezmann.

Guste más o menos, el triunfo galo alumbra un nuevo orden en el balompié mundial. La poesía que le sirvió a España para campeonar en 2010 y a Alemania en 2014 ha derivado en una historia de orden y de vértigo que proyecta ahora Francia y que representa como ninguno el intimidador Mbappé, sin duda el gran triunfador del Mundial a nivel individual, un chico de 19 años llamado a ocupar en un futuro la poltrona que desde hace una década se reparten Messi y Cristiano Ronaldo y a la que, ahora, también aspira en serio Griezmann, que ayer acabó de moldear su candidatura.

Después del gatillazo en París frente a Portugal en la última Eurocopa, Francia se sube a la cima del mundo como una selección dura, un hueso, un equipo de largo recorrido (25,8 años de media) con mucho talento y pocos destellos, especialista en esperar la distracción ajena y asestar la cornada letal. Así fue más o menos su Mundial, de menos a más, y así ganó ayer a la meritoria Croacia, con un gol en propia, un discutible penalti y, ya en ventaja, lo que resultó de las imponentes galopadas del bestial Mbappé.

No habrá, sin embargo, ninguna selección vencida en Moscú, porque Croacia, que ya tenía la simpatía emocional del mundo, dobló las rodillas con un partido valiente, mejor en la propuesta y en el manejo de balón que su rival, siempre con la iniciativa, víctima quizá de su inexperiencia. Croacia, país de cuatro millones de habitantes (la mitad que Andalucía), ha escalado hacia la élite futbolera desde la repesca y con una generación de futbolistas crecidos bajo las balas de la dolorosa guerra de los Balcanes (1991-1995). No siempre perder significa caer derrotado. Aquí la prueba. El éxito croata es el de la clase media del balompié mundial. El fútbol como vehículo democratizador.

Fue una final sin el clásico corsé, con más goles que emoción real. Aunque se cumplió mayoritariamente el guión establecido, sorprendió, eso sí, la floja puesta en escena inicial de Francia, que dio la espalda a la pelota, secuestrada desde el inicio por Croacia. No tienen esta selección "bleu" centrocampistas de la clarividencia de Modric o de Rakitic, gobernantes en la medular y responsables del dominio croata durante casi todo el partido. A cambio, los galos presentan un equipo ordenado con muy buena defensa, pivotes pegajosos que arriman el hombro y dos bestias arriba: Griezmann, en su versión de líder total, ahora lanzo, ahora asisto, ahora finalizo, y Mbappé, una apisonadora en el costado dispuesto no sólo a arremangarse en defensa, como se vio ayer y durante todo el Mundial, sino, sobre todo, a convertir cada balón a la espalda de la defensa rival en un destrozo. Lo hizo contra Argentina y lo volvió a hacer ayer.

Así fue en los dos primeros goles de Francia. El primero, minuto 18, tuvo su origen en un tremendo cambio de ritmo del delantero del PSG, un pis pas en una baldosa, jugada que precedió a una falta de Brozovic sobre Griezmann que no fue. El jugador del Atlético la templó de forma estupenda, llena de intención, y Mandzukic, en su intento por despejar, la peinó haca atrás para introducirla sin querer en la red.

Pudo intervenir ahí el VAR, para la falta o porque Pogba estaba en una posición dudosa, parece que algo adelantada en el golpeo de Griezmann, pero la tecnología lo dejó para un rato después, para aclarar una mano de Perisic a la salida de un córner que llegó en una jugada de fútbol callejero: saque largo de Lloris y despeje hacia atrás de cabeza de Lovren ante la intimidatoria presencia de Mbappé. Mbappé siempre presente. Sin tocarla, el francés también asusta.

El caso es que se botó el córner y la pelota dio en la mano de Perisic. El argentino Néstor Pitana se fue a la pantalla y señaló penalti. Tres minutos después, con el mundo en vilo, Griezmann lo transformó.

El tanto del rojiblanco, en el minuto 35, desempató un encuentro que había igualado Croacia seis minutos antes por medio, precisamente, de Perisic. El futbolista del Inter, una bala, cazó un balón tras una jugada de estrategia y de zurda lo largó a la red. Fue un empate efímero que desniveló Griezmann y la citado penalti del VAR.

Con un gol en propia y un penalti de VAR, Francia ganaba un partido que jugaba Croacia, protagonista casi siempre, con más dominio que colmillo. Las llegadas balcánicas, como un zurdazo de Rakitic o alguna llegada de Mandzukic, no pasaban del uy, pero eran suficientes para marcar paquete. Los galos, que habían marcado dos goles de una ocasión, sólo respondían con las cabalgadas de Mbappé. Así se llegó al descanso.

Sobrada de orgullo y de corazón, Croacia volvió a salir en tromba y Rebic se encontró con Lloris. Francia seguía a oscuras, sin la pelota, preparada para clavar el aguijón, segura de sí misma. Puede gustar más o menos, pero hay muchas formas de ganar. Los galos, sencillamente, esperaban su oportunidad. Y llegó de nuevo con Mbappé, que galopó en otra contra descarada, meteórica, llena de potencia. Su centro le cayó a Pogba, que tras intentarlo con la derecha marcó con la izquierda desde la frontal. Era el 3-1, el gol que anímicamente sentenciaba el partido.

Porque lo que vino después ya fue un partido distinto, sin la emoción del resultado. Mbappé puso la guinda a su poderío con el cuarto gol, un trallazo raso desde la frontal que abría la posibilidad de una goleada de no ser porque Lloris, portero galo, dio el cante con una pifia que vino a completar otra de las fotografías por las que será recordado este Mundial: los sonoros errores de los porteros. El meta del Tottenham recibió una cesión de Umtiti e intentó zafarse de la presión de Mandzukic con un quiebro que golpeó en la bota del delantero y acabó en la red. 4-2.

Abrazado a esa rendija, a la posibilidad de que un gol le metiera en el partido, Croacia no se rindió, pero Francia, que de oficio sabe el rato largo que demostraba en el campo su entrenador, templó el partido hasta el cierre del telón para reconquistar el mundo y dar paso al nuevo reinado.

Gloria a Francia, que dejó en la cuneta a Argentina, Uruguay y Bélgica, la única representante de la aristocracia futbolera que aguantó en un Mundial del que sale con la cabeza alta la histórica Croacia. Los croatas recibirán hoy un merecido homenaje en Zagreb, seguramente a la altura de la que se formará esta tarde en París.