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En busca de la felicidad

Fernando Alonso deja la F1 para recuperar viejas sensaciones, cuando levantaba a todo un país para ver las carreras

En busca de la felicidad

Mientras el mundo del "motorsport" sufría ayer a media tarde un seísmo de proporciones siderales, Fernando Alonso, su epicentro, se divertía, lo que más le importa a estas altura de la vida, con 37 años, dos Mundiales de Fórmula 1 en el bolsillo y una estabilidad personal y familiar a prueba de bombas. Los medidores digitales del éxito de las noticias reventaron con el anuncio del punto final del ovetense en la F1. Hace tanto que convive con la decisión tomada, aunque guardada en la caja de los secretos, que lo suyo fue hacer vida normal. Y vida normal fuera de un día de carreras es para él andar trasteando en el circuito de karting de La Morgal: fotos con los fans, vistazo al museo y un poco de control a la escuela de karting que lleva su nombre. Un tipo feliz divirtiéndose.

La necesidad de ser feliz. Es lo que mueve a Fernando Alonso desde hace tiempo. De ahí la razón de ser del circuito de karting, la escuela de pilotos, los cursos de seguridad vial? por eso hace de mecánico en los karts cuando puede, se mete a ver a los chicos del campus de verano o se junta con los tres o cuatro amigos de siempre para apostar contra ellos a todo lo que se mueva. Y ganarles.

Dejar la Fórmula 1 es una cuestión de felicidad. Un piloto en plenitud sin coche es como un reloj sin manecillas, no sirve de nada. Y no es solo por lo de ganar. Que también. Pero hay más cosas. Sentirse comprendido, querido y acompañado en lo que necesita. Una sensación que solo vivió en plenitud junto a Flavio Briatore en los años de oro en Renault. Quizá también en los inicios con Ferrari, cuando toda Italia cabalga con él "il cavallino". Le suelen decir que no supo elegir los equipos, pero esos olvidan que con la Scuderia ganaba carreras y pisaba podios, pero entonces -2010, 2011, 2012?- no era suficiente. Porque a Alonso siempre se le ha pedido ganar. Siempre se le ha pedido mantener la progresión que prometían aquellos títulos de 2005 y 2006. Años felices.

Era feliz Alonso cuando levantaba a todo un país a las seis de la mañana para ver un carrera. Cuando llenaba los chiringuitos de playa para ver la salida y cada domingo escribía una página del curso acelerado de Fórmula 1 para una tierra de fútbol en invierno y, si acaso, ciclismo en verano. No le digo pionero para no faltar a los Pérez Sala, Campos o De la Rosa, pero sí abrió el ovetense la puerta del paddock a los comunes. Empezamos a llamar gomas a las ruedas, supimos que había otros pianos y no eran de cola, que apretar mal una tuerca te deja fuera de una carrera y hasta empezamos a comentar si hacíamos el viaje a Madrid a una o dos paradas.

Así que Alonso, con dos Mundiales, al parecer pocos según se escucha a algunos, puede ser un Ballesteros del siglo XXI o un Paquito Fernández Ochoa, capaces de sacar a millones de personas de la completa ignorancia de una actividad hasta hacerlos si no expertos, amplios conocedores.

Pero no ha sido feliz solo en las buenas. En las malas también disfrutó. Si puede entenderse por malas cuando aterrizó en McLaren en 2007 con el título Mundial bajo el brazo y se encontró un equipo muy pronto volcado con el otro piloto, aunque un coche que iba como un tiro. Ahí aprendió, maduró y creció. Y, ojo, que Lewis Hamilton no le ganó. Hubo empate a puntos y el Mundial se fue a Ferrari (Raikkonen) de regalo. Con Alonso en el equipo saltó un escándalo de espionaje y también de ahí aprendió. Pasó el tiempo, volvió a hablar con Hamilton y hasta regresó a Woking con todo lo odiado que parecía ser allí.

Entre medias supo convivir (y destrozar deportivamente) a un "hijo de", cuando le pusieron a Nelsinho Piquet al lado en la segunda y discreta etapa en una Renault ya en decadencia. Y después subió a los cielos del automovilismo al cumplir el sueño de Ferrari. Un arranque de ensueño, noches de vinos y rosas, esquí invernal en las montañas dolomíticas y champán rosado en el aperitivo. En ese 2010, un clamoroso error de estrategia (le costó el puesto al ingeniero Dyer) hizo a Alonso perder el Mundial y quizá marcó el resto de su carrera en la Scuderia. Fernando lloró a las puertas del cielo en la pista de Yas Island al llegar junto a los estrategas de Ferrari. Se había ido la tercera. Con los años cayó el presidente Montezemolo y Alonso fue un proscrito en su casa. Había que decir adiós en busca, como siempre, de la felicidad.

Habrá sido feliz ayer seguramente cuando, al final del día, haya comprobado el impacto de su anuncio de que lo suyo y la Fórmula 1 había terminado. Al menos por el momento. Tarea ímproba sería recopilar la totalidad de reacciones. Contento habrá quedado de ver que un chico como Carlos Sainz, hijo del también bicampeón Mundial, aunque de rallyes:"Gracias a ti empezó mi pasión por este deporte", reaccionó ayer. O cómo la organización de la Daytona 500, un carretón de la NASCAR americana, le lanzaba una invitación oficial para correr con ellos en abril de 2019. Son competiciones, como es la Indycar, a donde apunta el asturiano, que quieren gente feliz y que disfruta. Como Alonso, un disfrutón controvertido, a veces cañero, que te vacila con un truco de cartas, te reta en un descenso suicida esquiando en Madonna di Campiglio aun con la temporada a la vuelta de la esquina o que conduce por Fiorano a ojos cerrados solo para matar del susto al periodista copiloto, como contaba ayer el británico Jake Humphrey.

Por eso Fernando Alonso da un paso a un lado. Aparca la Fórmula 1 después de ser testigo de cómo los coches pasaban de rugir con el V10 a maullar, capados en pos de la igualdad mecánica y la contención. Lo deja en busca de "retos más grandes" que esta competición no le puede dar. Seguramente estén en Estados Unidos, donde el ovetense aspira a ser feliz de nuevo, como hizo en Le Mans y como hace cuando se encuentra cómodo. En ello está.

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