Londres, N. L.

La segunda victoria de la historia de la selección española también tuvo protagonismo asturiano. El 25 de marzo de 1981, España también salió del templo londinense con 1-2, Joaquín Alonso en el equipo inicial y una dedicatoria muy especial: para Enrique Castro, Quini, que esa tarde fue liberado de su secuestro en Zaragoza. Ayer la Roja inició una nueva etapa con un gijonés, Luis Enrique Martínez, a los mandos. Y con síntomas de que la unión puede ser provechosa. No sólo por la victoria, sino por las sensaciones de un equipo que en Rusia dio encelograma plano.

"Lo que más me ha gustado es la actitud de los jugadores", recalcó Luis Enrique tras celebrar la victoria. "La idea porque, a pesar de haber encajado un gol, el equipo sigue haciendo lo mismo, y lo que hemos hablado lo hemos llevado al campo". Tenía razones "Lucho" para estar orgulloso porque su era no pudo empezar peor. A los diez minutos, un contragolpe inglés acabó con un centro desde la izquierda que, tras superar a Nacho, llegó a Rashford, que fusiló a De Gea.

La selección española demostró personalidad y sólo tres minutos después devolvía el golpe, tras una gran jugada colectiva, de esas que marcan el estilo de la selección, culminada con un remate de Saúl que dobló las manos de Pickford. Luis Enrique sorprendió con un ataque formado por los delanteros más en forma de la liga española de la pasada temporada, Iago Aspas y Rodrigo. Fue el valencianista un gol de oportunista, el que supuso la victoria.

Con un sencillo jersey, con sus manos inquietas constantemente fuera de los bolsillos para dar órdenes, y casi sin tiempo para beber agua, Luis Enrique disfrutó en el templo inglés del nacimiento de su idea. Ese concepto en el que reina el toque productivo, en el que gobierna el desborde y en el que no sobra la estrategia. Los cambios del asturiano surtieron efecto. Marcos Alonso se encontró cómodo en el lateral, Rodrigo e Iago Aspas aparentaron llevar jugando juntos toda la vida, y Thiago y Saúl se adueñaron del centro del campo.

Es una España diferente, que sabe que tiene los jugadores y la técnica para llevar el peso del partido. Porque aunque ya no esté Iniesta, su testigo lo ha cogido un juego colectivo en el que la presión a la salida de balón es santo y seña y la verticalidad un mandamiento.