El Oviedo logró el objetivo de desnaturalizar el juego local, de incomodar su salida, pero en el Wanda se echaron en falta más argumentos en la fase ofensiva. En realidad, parece la tónica del equipo en las últimas semanas: un Oviedo que no muestra sus cartas, que aún no ha decidido si quiere refugiarse o salir a apostar por la pelota. La filosofía de un equipo híbrido que sabe adaptarse a cada momento del partido no termina de cuajar.

La idea inicial es que este Oviedo tenía más talento, una capacidad natural para crecer en torno a la pelota. Anquela inició la Liga con el 4-3-3 que apostaba por la posesión como idea base, sobre la que armar un equipo que se fortalecía en la medular. Pero los primeros vaivenes en la tabla hicieron que se refugiara, ocurrió le semana pasada, en los tres centrales. Y el asunto funcionó. El modelo tenía cerca un precedente, el del año pasado. En el Wanda recuperó el triple pivote y el resultado fue otra vez esquivo. El debate del dibujo sigue abierto. La defensa de tres centrales ofrece, sobre todo, seguridad en la zaga a los azules, pero el equipo se hace más largo. Ahí, en ese momento de la construcción, es cuando las pérdidas matan.

No parece, sin embargo, que el rendimiento del equipo dependa exclusivamente del sistema. El problema es futbolístico: en el último mes, los azules solo han sido superiores al Albacete. En el Wanda, el equipo no ofreció más argumentos que el rival. En muchas ocasiones, los azules parecen más pendientes de tratar de anular las armas del rival que en fortalecer su propuesta. Con la pelota, el juego es denso y las pérdidas lastran al equipo.

Anquela tiene en sus manos la decisión de por dónde irá el Oviedo. La solución buscada hasta ahora, un híbrido que se adapta a las condiciones de cada partido, no parece ofrecer resultados. El camino se bifurca y Anquela tiene el timón. La decisión parece que marcará el rumbo de la temporada.