En el momento de la verdad, en la hora de dirimir la hegemonía astur, el Oviedo cogió por la pechera al Sporting y le colocó en su sitio. Otra vez. De la avalancha azul sale malparado Baraja, crucificado después del estruendoso resbalón en el Tartiere y con las maletas hechas. Ni la reacción de orgullo al final le salvará. En el partido del miedo, el que no lo tuvo fue el que se llevó el botín. El equipo carbayón convirtió el tembleque en arma, se creció ante su gente y se aflojó la soga del cuello de la manera más estimulante: destrozando a su eterno rival, de nuevo desastroso lejos de El Molinón, incapaz por ahora de mantenerse firme en el cara a cara. Van tres derbis desde el reencuentro y el balance es arrollador: dos victorias oviedistas y un empate. Ayer se repitió el 2-1 de hace nueve meses. En el campo de batalla, el Oviedo manda.

Asustado e indolente, dos puntos de los últimos doce, el Sporting sale de la capital a un palmo del descenso a Segunda B, muy tocado y con una crisis de aúpa. Ni los 20 minutos finales de arreón sirven de consuelo ni de colchón para Baraja, que será reemplazado por José Alberto, que siempre fue la opción deseada de la directiva y de la afición. El momento es crítico y la semana que viene espera en Los Cármenes el Granada. La onda expansiva del derbi será definitiva para el técnico, pero debe pellizcar también a Torrecilla, que hace dos semanas mostró su confianza "diez" en el vallisoletano y que es el gran hacedor de un proyecto que, consumido un tercio exacto de competición, ya siente el fuego del descenso. Aunque quede un mundo y las cosas cambian muy rápido, la situación exige un golpe de timón en el Sporting. Nadie podrá decir que la deriva rojiblanca no se veía venir. Será por gritada y protestada en las últimas semanas. La grada rojiblanca, que ayer coreó a José Alberto en el Tartiere, no miente.

La victoria, en cambio, da un chute de oxígeno a Anquela y deja al oviedismo en estado de palpable subidón, reconciliado con su equipo. Para bien y para mal, ya nadie se acuerda de Riazor. Nada cose mejor que el éxito en un derbi, estupendo para el reseteo y para el impulso, pero también para el descentre. El reto azul está ahora en no regodearse para morir de gloria, como ocurrió la temporada pasada. De momento, el botín da varias vidas extras al entrenador jienense, que las necesitaba, inyecta al Oviedo una buena dosis de confianza y adrenalina y embarga los planes alternativos a la espera de comprobar si lo de ayer tiene continuidad en las próximas funciones, por ejemplo el domingo ante el Reus de Linares, y el Oviedo termina definitivamente de despegar.

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Aficionados del Oviedo en el derbi

Aunque los dos equipos vuelen ahora bajo, el derbi asturiano es y será siempre un partido de altura. En el césped y en la grada, ya sea en una tarde de chaparrones y jardineros de febrero u otra primaveral de noviembre, como ayer. La tremenda exhibición de las dos hinchadas, pasión eléctrica, limpia y ejemplar, retrató a quienes criminalizan porque sí la añeja rivalidad y en vez de ver piquilla sana en unas declaraciones normales de un futbolista advierten absurdas balas y prevén la guerra madre. Mal consejero, el rencor. De risa. Nada sucedió, lógicamente, y Asturias encontró una vez más en su fiesta futbolera una estupenda publicidad a ojos de media España.

Y eso que el orgullo de tierrina recayó sobre sólo tres de los 22 protagonistas iniciales: Saúl Berjón en el Oviedo y Canella y Pablo Pérez en el Sporting. Demasiado pocos. Vendrán tiempos mejores.

El Oviedo presentó un molde con siete fichajes nuevos en el once. El Sporting, después de toda la revolución veraniega, con sólo uno: Molinero. En su órdago final a Torrecilla, Baraja apeló al orgullo de casa y alistó a Isma Cerro y Salvador, que el año pasado mamaron filial, y a Neftali por Djuka. En casa siempre se entiende todo mejor. Un 4-2-3-1 con Carmona escorado a la derecha y Pablo Pérez de enganche. Lo probado durante la semana. Anquela insistió en el 5-2-3, de vuelta Berjón, Mossa y Javi Hernández. Alanís de capataz atrás.

Los planes visitantes saltaron por los aires en un parpadeo. Al minuto, Isma Cerro cayó lesionado en un choque normal con Bárcenas. Esa jugada resultó ser una metáfora de las dos initensidades con las que comparecieron los contendientes. El Oviedo fiero con el cuchillo entre los dientes. El Sporting, timorato y a verlas venir. El desequilibrio fue monumental.

En el tiempo en que el Sporting tardó en procesar la baja de Cerro, sustituido por Traver, el Oviedo se lo comió. En trece minutos, dos goles para los de casa y otro par de ocasiones claras y un lesionado para los de fuera. Ahí se decidió el partido. Desde el despertar todo fue un sueño para los azules y una pesadilla para los rojiblancos. Ibra cantó bingo con una acrobacia estupenda después de una falta y varios rebotes. Era el minuto 5. En el 13, Alanís cabeceó con poderío a la red un medido saque de falta de Berjón. Su primera asistencia. El primer gol del mexicano en el partido de mayor repercusión y con ojos siguiéndole en su país. Entre medias de los dos tantos, un cabezazo que se fue silbando de Ibra y un mano a mano que marró el ovetense tras una grosera falta de entendimiento entre Álex Pérez y Mariño.

La pájara gijonesa era de aúpa, vergonzante, afligidos todos sus jugadores. El Oviedo, consciente del significado de un derbi, jugaba con emotividad y eso le bastaba para ganarlo todo: las segundas jugadas, los rebotes, los espacios... Mordían los azules, enrabietados. Berjón y Tejera ponían el fútbol e Ibra, también con la flecha hacia arriba, era un incordio constante. Los tres gobernaban el partido a su antojo.

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Aficionados del Sporting en el derbi

Carente de plan, sin nada qué decir y huérfano de líderes como Carmona, el Sporting lo fiaba todo a los pelotazos y a lo que inventara Hernán y Cristian. Demasiado poco. Varios córners y un disparo lejando de Cristian Salvador fue lo único de una primera parte ridícula del Sporting. El Oviedo, en cambio, controlaba con inteligencia el duelo, cómodo en la asociación y afilado en los espacios, seguro atrás y cargado de confianza por la ventaja.

Al descanso el gozo era sideral en el Tartiere. No se recordaba un 2-0 en el intermedio en toda la etapa de Anquela.

El desprecintado del segundo acto vino con noticia: Berjón, con amarilla y tocado, dejó su sitio a Diegui. Bárcenas se situó de extremo zurdo. Con el duelo ecarrilado, Oviedo cedió terreno y al Sporting no le quedó otra que avanzar para, al menos, aparentar. Pablo Pérez remató a puerta tímido. El primer conato de tiro a puerta. Poco más.

Sin reacción rojiblanca en el horizonte y el sportingunismo presente de uñas contra Baraja (los gritos en el cambio de Cristian por Cofie se oyeron en Gijón), el oviedismo se frotaba las manos oliendo la sangre de la goleada. Fue cuando Baraja envidó con Djurdjevic y Anquela amarró con Carlos Martínez, aún falto de ritmo. La hinchada daba azul por vendido el pescado hasta que Forlín zancadilleó a Neftali y Carmona transformó el penalti. Era el minuto 73. Contra todo pronóstico, había derbi.

El Sporting se fue hacia arriba, paradógicamente mejorado con Cofie y dueño ya del centro del campo, extenuados los centrocampistas azules. El Oviedo, que no sabe ganar sin sufrir, apretó los dientes. Mariño sacó el tercero a Diegui y el partido se dejó ir asta el final, hasta que el Tartiere estalló de júbilo.El alivio de Anquela. El fin de Baraja.

El presidente del Sporting se encara con un aficionado en el palco del Tartiere tras el derbi

El presidente del Sporting se encara con un aficionado en el palco del Tartiere tras el derbi