Estas líneas estaba escritas antes del nuevo aplazamiento del partido de vuelta de la final de la Copa Libertadores. Para el caso, tampoco el resultado tiene demasiada importancia, con permiso de los hinchas del Boca Juniors y del River Plate. Lo que cuenta es que durante estos quince días, en lo que pasará a la historia como la final más larga del mundo, Argentina ha perdido una gran oportunidad de demostrar que su pasión por el fútbol puede expresarse de una forma civilizada. Como decía el sábado el exfutbolista Gustavo López, con un deje de amargura infinito, el ataque al autobús del Boca sólo es la expresión, a la vista de todos y con cámaras en directo, de una sociedad enferma. Argentina tiene problemas mucho más graves que decidir un campeón entre sus dos clubes más poderosos. Dicho esto, también convendría que desde este lado del charco se revisaran algunas reacciones que esconden un desprecio hacia todo lo que viene de allá. Anda que no hemos visto en la vieja Europa apedreamientos de autobuses, peleas entre ultras, bengalas, insultos y esas caras de odio hacia todo lo que huela al "enemigo". Así que menos condescencia, que en todos los sitios cuecen habas.