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Una semana de pasada

La final que acabó como tenía que acabar

La final de la Copa Libertadores, o Conquistadores de América como algunos la rebautizaron por el traslado a España, demostró que lo ocurrido antes del partido de vuelta en el Monumental fue un problema de las instituciones, que dieron todas las facilidades para que cuatro descerebrados estropeasen la fiesta de cientos de miles de las personas. Un simple cordón de seguridad alrededor del campo de River hubiese evitado la agresión al autobús de Boca y todas las indeseables consecuencias. Lo que ocurrió después, incluidas las protestas de la hinchada "millonaria" contra sus barras bravas en un partido de la Liga argentina, confirmó que allí, como en todo el mundo, la mayoría sólo quiere ir al fútbol en paz y que gane su equipo. Los agoreros que pronosticaban el fin del mundo en Madrid en el puente de la Constitución comprobaron que hasta el Santiago Bernabéu sólo llegó gente con ganas de cantar y animar a los suyos. Salvo posibles excesos en las celebraciones posteriores, antes del despegue de los aviones de vuelta, el Superclásico argentino en España fue, por encima de todo, una fiesta deportiva. De esta forma, la final más larga y más extraña del mundo acabó como tenía que acabar: con un campeón que se lo ganó en el campo.

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