Hace años que José Mourinho dejó de ser un entrenador creíble para convertirse en una caricatura de sí mismo. Por eso a nadie puede sorprender el final de sus tres últimas etapas. Salió del Madrid por pies, sólo sostenido por los ultras a los que masajeó convenientemente durante sus tres años en el Bernabéu, y se ganó a conciencia la carta de despido en el Chelsea y en el Manchester United. A los pésimos resultados se ha sumado un carácter que le ha privado de una carta que le avalaba en el comienzo de su carrera: la fidelidad de los futbolistas. Se marchó del Madrid enfrentado a medio vestuario -la mayoría, curiosamente, los jugadores con más talento-, le ocurrió lo mismo en el Chelsea, y ahora, en Old Trafford, no le tragaba ni el apuntador. Agravaba cada derrota con excusas peregrinas que servían para confirmar que "The Special One" se había convertido en "The Finished One", un personaje tóxico para el fútbol y para todos los que le rodean. Hasta ahora, la excusa de los dirigentes para contratar a Mourinho, para justificar su astronómico sueldo y sus salidas de tono, eran los resultados. Ya ni eso. Basta un repaso a la década para constatar su decadencia. Por eso, Mou, escucha: tu tiempo pasó.