Como las cosas mal hechas, incluso en el fútbol, suelen acabar mal, el Avilés se desliza poco a poco hacia una situación parecida a la de la pasada temporada, cuando su permanencia en Tercera estuvo pendiente de un hilo, que ni siquiera podía manejar. Gracias al voluntarismo del entrenador y de un puñado de jugadores que, a falta de dinero, ven el club como un trampolín, el equipo fue tirando en el campo. Pero fuera, día a día, da síntomas de descomposición: un dueño desaparecido, que delega en su hijo; un director deportivo que no se habla con el jefe de scouting, director de comunicación y relaciones institucionales; jugadores que van y vienen; unas gradas desiertas y el equipo cada vez más cerca de la Regional.
Una semana de pasada