Antes de saltar a la pista de Minsk, el sábado, Javier Fernández tenía tres títulos mundiales de patinaje, una medalla olímpica y seis Campeonatos de Europa. Había quedado tercero en el programa corto y, se supone, un Europeo arriba o abajo no significaría una gran diferencia para cerrar su carrera deportiva. Error. Como todos los grandes de verdad, a su tremenda calidad añade un gen competitivo, una resistencia a la derrota que les hace especiales. De esa manera pudo morder la medalla de oro, la última, la que le confirma como una de las leyendas del deporte español. Como Rafael Nadal, que con cinco años más que Javier Fernández sigue dando ejemplo. Cuando no puede ser el mejor con la raqueta, como ayer, es insuperable por su comportamiento y con la palabra. Lo explicó muy bien Álex Corretja cuando, a punto de consumarse una dolorosísima derrota, pidió a los niños que siguieran el ejemplo de Nadal: ni un mal gesto, ni una queja, ni la más mínima tentación de rendirse a pesar de lo que estaba sufriendo. Y después, con el micrófono, otro máster de señorío y saber estar. Por eso, aunque parezca lo contrario, Javier y Rafa, Fernández y Nadal, enseñaron que hay muchas maneras de ganar.
Una semana de pasada