"Era un futbolista espectacular. Cuando vi le jugar, me di cuenta de que yo no iba a ser futbolista nunca. Tenía una gran visión, ocupaba todo el campo". Víctor Manuel, ahora reconocido y distinguido cantante con más de medio siglo de trayectoria, recuerda cuando jugaba con Tati Valdés en el juvenil del Caudal de Mieres. Un año que sirvió para confirmar que el artista triunfaría, como así ha hecho, en otro ámbito de la vida, y para atisbar la gran carrera futbolística de Tati Valdés, la "Maquinona", del que mañana se cumplirá una década de su fallecimiento, cuando solo tenía 61 años debido a una enfermedad. "Lo echo mucho de menos. Nació solo 10 días antes que yo, jugamos juntos en la selección asturiana, y después en el Sporting. Vivimos en el mismo edificio en el barrio de La Arena. Nuestras familias cenaban juntas o íbamos de vacaciones. Y al final, cuando estaba malo, poco antes de morir, quería que le siguiese yendo a visitar", rememora Lavandera, extremo en la época de Valdés.

Mierense de Valdecuna, criado en el barrio de San Pedro, creció en una familia que amó el fútbol -todos sus hermanos lo practicaban- y que dejó una gran huella en su paso por el Sporting, como jugador, técnico del filial y finalmente como ojeador. Aunque en esa etapa sufrió mucho, ya que en 2005 se encontraba en el comité de empresa durante el concurso de acreedores, que tuvo un expediente de regulación de empleo en la entidad. "Fue su peor momento, lo pasó muy mal, y después se jubiló", recuerda Carlos García Cuervo, otro excompañero que llegó a la vez al primer equipo rojiblanco.

De rojiblanco estuvo 14 temporadas, de 1974 a 1979. Era un centrocampista con una gran visión del juego ofensivo y una gran claridad para mover el balón en vertical. Tenía el talento de bajar con el control a la perfección el balón para orientarlo, y así dar unos pases que aún recuerdan los aficionados con mayor trayectoria del Sporting. "Los extremos necesitábamos de Tati como el comer, nadie metía los balones al espacio como él", señala Lavandera. "Tenía mucha calidad y fuerza y además una capacidad impresionante para ver el fútbol", cuenta Joaquín. "Por un jugador así hoy se pagaría oro, de ese perfil de dar el último pase quedan pocos futbolistas ya", apuntilla Juan Eraña.

Por su gran poderío físico recibió el apodo de la "Maquinona". Siempre decía que "ya llegará el barro", en alusión al duro invierno en el que los campos presentaban su peor condición. "Tenía una habilidad única en esas condiciones y se adaptaba mejor que nadie", comenta Churruca. Pero eso no era excusa para que renunciase a ser un centrocampista de gran calidad y con visión de juego. "Su desplazamiento de balón preciso, con pases de 30 y 40 metros, era algo único", analiza García Cuervo. "Su fútbol era espectacular, ocupaba todo el campo, era un pulmón", añade el cantante Víctor Manuel.

Tati Valdés, además, fue segundo entrenador del Sporting durante la etapa en el banquillo de Miera, Boskov, Novoa, Aranguren y García Cuervo. Y estuvo al frente del filial en el tramo final de la temporada 1979-80 y en la campaña 1985-86. Después probó fortuna en 1991 como seleccionador juvenil asturiano y, a continuación, pasó a dirigir al Unión Popular de Langreo.

En el plano más cercano, a Valdés le encantaba leer, en especial novelas. "Podía encerrarse en su casa una semana y devorar cuatro libros", destaca Lavandera. También era una persona muy devota. Pero además, pese a ser tímido, se soltaba en ambiente cercanos. "Siempre estaba con la broma en la boca. A la hora de la diversión y el trato familiar tenía mucho ingenio", relata García Cuervo.

Uno de los momentos más curiosos de Tati Valdés fue cuando se le cayó el peluquín que usaba en un remate de cabeza en un partido televisado en 1975, entre la Real Sociedad y el Sporting en El Molinón. Tal fue su enfado que cogió el peluquín lo tiró y no lo uso más, pese a que era una pieza de valor traída desde Alemania. No obstante, esa caída tiene su intrahistoria, ya que Quini y Herrerín le habían gastado una broma durante la semana, que hizo que ya no fijase nunca más igual de bien.

El Sporting fue su vida futbolística, y su color el rojiblanco, aunque Valdés tuvo una tarde de azul en una pretemporada. Después de hacer tres meses el servicio militar en León, en El Ferral del Bernesga, le quedaban otros 17 meses de mili, y le tocó en Gijón, se libró de pasar horas de servicio a cambio de vestir otra camiseta. "El comandante Cienfuegos, que era un oviedista acérrimo, le dijo que si jugaba un amistoso en pretemporada con la camiseta del Oviedo se libraría de ir. No puso nada el uniforme estando en Gijón. En mi caso no tuve tanta suerte y me chupé muchas guardias", cuenta Lavandera, que espera que este viernes en la iglesia de San Pedro de Gijón tenga el recuerdo que Tati Valdés se merece, con una misa a las 19.00 horas por los diez años de su fallecimiento.