Un año más, la Copa del Rey ha sido la gran fiesta del baloncesto español. Ocho equipos, cuatro días de buen juego y emociones, consecuencia de un formato que se ha ido adaptando a los tiempos que corren sin perder la esencia. Esto no tiene la purpurina del fin de semana de las estrellas de la NBA, ni falta que hace. En Madrid, como otros años en cualquier ciudad de España, cada partido fue un mundo y cualquier equipo se creyó capaz de ganar, aunque la tan repetida final Barça-Madrid invite a pensar lo contrario. La fórmula funciona porque los jugadores se mentalizan para un gran esfuerzo con poco tiempo de recuperación y todos se sienten respaldados por sus equipos. Por poner un pero sería conveniente que para próximas ediciones los organizadores se olvidaran de las piruetas para meter de rondón a un equipo como el Estudiantes, que no hizo méritos deportivos para estar en el cuadro final. Y que fue el único que desentonó en una media general muy alta que hizo del WiZink Center una fiesta del baloncesto en sesión continua.