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Los otros trucos de El Brujo

Quini visitaba en casa a niños y adultos con cáncer, hábito que adquirió tras su enfermedad y quiso ocultar hasta a sus hijos

Quini, en el acceso de la sala de prensa de Mareo. J. J.

El trance de lidiar con el cáncer acentuó el lado más humano de Quini. El Brujo, una vez recuperado, añadió a las tareas de su día a día una atención especial a las personas que estaban en la misma lucha que él había librado. A espaldas hasta de su familia, comenzó a visitar a enfermos de cáncer. No sólo en los hospitales, sino hasta en sus domicilios. En una de esas escapadas le cazó Óscar, el pequeño de sus cuatro vástagos. "Iba con una bolsa de plástico. Le pregunté. Vi que era una camiseta del Sporting. Subimos al coche y me llevó a un portal, picó y le esperaba un guaje. Aquel chiquillo, que creo que tenía un problema de leucemia, se puso la camiseta que le dio mi padre con un orgullo tremendo", relata. El caso es que no era algo excepcional en un día normal de Quini.

La jornada de Quini empezaba con un buen desayuno en compañía de su mujer, Mari Nieves. A veces, en uno de los locales hosteleros del barrio. Bien en "El Eloy", cafetería de La Calzada actualmente cerrada, o más recientemente en el Vitium.7, en la gijonesa calle de Toledo. Y de ahí, a Mareo. El Brujo, que en los últimos meses de su vida disfrutó de su rol como representante institucional del Sporting, volvía a pasar por casa para comer, antes de ir a recoger al colegio a Pablo, el mayor de sus cinco nietos. "Le encantaban platos como la fabada o el pote", recuerdan sus familiares. "Lo que le privaba eran los percebes. Había un compañero que se los llevaba a El Molinón, los días de partido. Los comía hasta en el banquillo, en la etapa en la que era delegado del equipo", añaden.

Quini era la persona a la que toda peña sportinguista quería tener en sus actos de aniversario algo que, materialmente, era imposible. La peña que llevaba su nombre, con sede en el restaurante La Zamorana, fue de las pocas privilegiadas. Allí se analizaba al equipo, en compañía casi siempre del padre Fueyo. "El teléfono siempre le echaba fuego", comenta su hijo Óscar en referencia a lo solicitado que estaba. En su agenda acababa encontrando hueco para muchos. Un domingo de descanso, por ejemplo, él acabó convirtiéndolo en un día inolvidable para una asturiana que emigró a México siendo una niña y que, a sus "80 y pico años, vino a El Molinón preguntando por si podía ver a Quini. Era la primera vez que regresaba a Gijón y no quería marchar sin saludarle". El encargado de dar recorrido a la petición, que se produjo "hace año y medio, o poco más" fue Falo, el hermano de El Brujo. "Venga usted mañana por aquí e igual tiene una sorpresa", le explicó el pequeño de los Castro a la señora. Al día siguiente, Quini abrió la puerta del campo a la astur-mexicana. "Ya me puedo morir tranquila", confesó tras abrazarse al mito. "La Bruja tenía esas cosas, ¿entiendes?", apunta Falo para resumir esa grandeza.

"El cáncer le cambió la manera de ver la vida", sentencia Óscar, que asegura desconocer "la cantidad de casos que hubo como la de aquel día, con aquel niño. Él luego no daba explicaciones, ni quería que saliera en ningún lado". Las asociaciones contra el cáncer y los hospitales asturianos son testigos de más días como aquel. En Barcelona también hizo que su carisma y experiencia abriera puertas a personas con diagnósticos previos complicados, no sólo vinculados a la enfermedad que le tocó. La jornada, alejado de los focos, terminaba, "si no había que ir a buscar a Pablo a entrenar (el crío, ahora de 12 años, juega al fútbol en el Veriña)", en la calle Los Andes, en su domicilio. Pijama, cena temprana y un rato de descanso en el sofá, ante la tele. "Si había fútbol veía el partido. Ya fuera Liga, Copa de Europa o lo que echaran. También le gustaban mucho las películas de vaqueros", recuerdan quienes compartían con él al Quini más familiar, El Brujo nunca dejó de sorprender.

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