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Revuelta juvenil en Mongolia

El enfado de Florentino con Ramos muestra cómo el presidente merengue confunde lo que es dirigir un negocio y una pasión

Con la España futbolística todavía persignándose por la que hay montada en el Real Madrid, el paso de las horas empuja a intentar realizar algunas reflexiones sobre lo ocurrido tras la debacle blanca ante el Ajax, en especial sobre la pelea de gallos que cuentan que se produjo en el vestuario entre el capitán de fragata Florentino Pérez y el contramaestre Sergio Ramos. El motín a bordo encabezado por el ahora conocido como SR4 muestra cómo el Madrid del tito Floren está empeñado en repetir una y otra vez la misma historia y parecerse cada vez más a esa "Revuelta juvenil en Mongolia" que cantaba Jorge "Ilegal", aunque al presi las marcas del acné prepuberal se le hayan borrado en tiempos del Nodo.

Porque el "te echo", "el me voy", el "me enfado y no respiro", no es nuevo entre el presidente y los peces gordos del vestuario de las distintas -y ya van unas cuantas- plantillas que han ido dando lustre o mugre al régimen florentiniano. Legendaria fue la bronca que acabó con Hierro en el exilio en plena celebración de la Liga 2002-03, y que también le costó la expulsión del paraíso a Vicente del Bosque. Floren tampoco acabó muy bien, a pesar de las reconciliaciones posteriores, con Raúl y Casillas. Y todavía sigue supurando la herida que produjo el pulso entre el presidente y la princesita de Madeira que acabó con Cristiano Ronaldo acogido en "la familia" juventina. Si la historia blanca se emperra en seguir siendo cíclica, las horas de Sergio Ramos y su hermano René en el Bernabéu están contadas. Y mucho más si finalmente Mourinho es repescado para tratar de poner orden en el vestuario de los de Concha Espina, ya que es conocida la pésima relación de Ramos con el luso, y el poco apego que el sevillano -ya lo dejó claro cuando vetó la llegada de Conte- tiene por los técnicos aficionados al látigo. Tampoco parece que Mou pinte mucho en Madrid después de enlazar últimamente fracaso tras fracaso allí donde va. Y si la opción real es la vuelta de Zidane, está por ver cómo se podrá vender el regreso del "enfant" que los dejó a todos colgados de la brocha porque se iba Cristiano y no quería intentar el asalto a la cuarta Liga de Campeones consecutiva con Bale como mascarón de proa.

Está por comprobar si, como ya ocurrió en anteriores ocasiones, Ramos y el tito Floren entierran el hacha de guerra. Pero parece complicado ya que esta vez la bronca ha sido retransmitida prácticamente en directo por los medios oficiosos que cubren el día a día de las vicisitudes merengues. Y eso que despedir a SR4 costaría 25 millones.

Lo que comienza a ser inexplicable es cómo un tipo como Florentino, empresario de éxito, con un imperio de 180.000 trabajadores a su cargo y con unos ahorrillos de más de 1.400 millones de euros, sigue emperrado en ser el más chulo del patio y ponerse a la altura de criaturas que tienen que contratar a una empresa de comunicación para que escriban de vez en cuando un par de chorradas en las redes sociales con la "h", la "b" y la "v" en su sitio o que creen que ir a entrenar en un Seat 600 es el no va más de la modernidad. Y aún es más incompresible que un hombre con más poder que el presidente de algunos de los países más importantes del planeta acabe tirando del recurso de "a que te despido" cuando uno de sus mimados adolescentes le replica. Parece algo bastante ridículo.

Es como si en la cabeza de Florentino conviviera el doctor Jekyll, presidente de la todopoderosa ACS, y el señor Hyde, ese aficionado a los tumultos tabernarios con los imberbes muchachos a los que paga una pasta por defender la camiseta del club de fútbol más laureado de la galaxia. Quizás el problema esté en que para el tito Floren el Real Madrid no sea más que un juguete con el que matar los tiempos muertos entre macroproyectos y fusiones y que, como a un niño pequeño, le cuesta compartir con el resto de los infantes del patio. Es lo que tiene no saber diferenciar entre dirigir un negocio y dirigir una pasión. Aunque sea en Mongolia.

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