Por lo visto, la amenaza de una Liga europea de fútbol que sustituyera a la actual Liga de Campeones y se apropiase de los fines de semana se difumina por un tiempo. La reunión de principios de semana de los dirigentes de la Asociación de Clubes Europeos (ECA en sus siglas en inglés) vino a demostrar que el proyecto de las grandes potencias del continente está muy verde y que las ligas nacionales todavía tienen la fuerza suficiente para frenar una revolución que algunos consideran inevitable. Si a los aficionados ya les cuesta acudir a los estadios los sábados y domingos, con horarios cada vez más estrambóticos (ayer se estrenó el de las dos de la tarde, para invadir por completo la hora del vermú dominical), no cuesta mucho imaginar lo que sería una Liga concentrada en los martes, miércoles y jueves. Porque, además, equipos como el Real Madrid, el Barcelona y el Atlético de Madrid jugarían muchas veces con su equipo B para poder afrontar con garantías un calendario que obligaría a un sobreesfuerzo a sus ya estresadas estrellas. Sería un golpe definitivo, mortal, para un buen puñado de clubes integrados en una clase media que no tendría ninguna posibilidad de subirse al carro de una Liga europea reservada a un puñado de privilegiados. Así que, mientras podamos, habrá que disfrutar del fútbol de Primera de toda la vida, el de los fines de semana.