El Sporting juega igual de mal que cuando perdía, pero últimamente no para de ganar. Así que han bastado seis o siete buenos resultados para que nadie pida cuentas a Javier Fernández, para que Miguel Torrecilla no sea ya el peor director deportivo del mundo y para que los jugadores pasen de odiosos mercenarios a profesionales intachables. El del viernes fue el partido número mil del Sporting en la era de los Fernández, pero nadie se acordó de ellos en El Molinón. Es el efecto sedante de los resultados, que todo lo tapan. Como ha ocurrido durante estos 25 años, las esporádicas fases de prosperidad han olvidado o disimulado el problema de fondo de este club. Por eso ahora, para seguir tirando, todo el mundo se conforma con un golito marcado de cualquier manera y 90 minutos de repliegue intensivo y pelotazos, eso que algunos llaman "juego directo". El Sporting no sería el primer equipo de Segunda al que le va bien renunciando groseramente al balón, pero a la larga resulta insoportable. Y lo peor es que en el camino se lleva por delante a los pocos jugadores capaces de dar dos pases seguidos, como Nacho Méndez, que ya ha caído en la trampa de asociar el tiempo de posesión con la derrota.