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El impulso sencillo del más grande: Tiger

Nadal, pensativo en su partido con Fognini. ENRIC GAILLARD / REUTERS

El lunes aún se notaba la onda expansiva de la victoria de Tiger Woods en el Masters de Augusta, uno de esos acontecimientos que, potenciados por la industria del entretenimiento americana, traspasan fronteras. En este caso de forma justificada porque tiene todos los ingredientes de la épica. Hasta el punto de que Woods ya es un claro candidato a ese galardón virtual que, de tanto en tanto, se concede al regreso más espectacular. Desde el de Michael Jordan, que volvió a vivir noches de gloria con treinta y muchos años, no se había visto nada igual. La historia de Woods tiene el añadido de los graves problemas físicos que no sólo le impedían empuñar un palo de golf, sino llevar una vida normal sin dolores. Once años tardó en recuperar el nivel que le señalaba como el más claro aspirante a desbancar al mejor de todos los tiempos, Jack Nicklaus. Ahora que está a tres títulos de igualarle en torneos del Grand Slam, Woods descubrió su verdadera motivación: "Quería ganar por mis hijos, para que vieran a su padre ganar un grande". Y es que, al final, hasta el impulso de los mejores es el más sencillo.

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