Poco a poco, a fuerza de empates inesperados y derrotas como la de ayer -totalmente merecida por mucho que se materializase en el último minuto-, el sportinguismo va volviendo a la realidad que un puñado de buenos resultados le hizo negar. José Alberto presumía de ganar partidos con menos posesión que el contrario, sin atender a lo que ocurría en el campo, donde más de una vez el marcador no reflejaba los méritos de los equipos. Grandes dosis de fortuna y la explotación al límite de los escasos recursos que le proporciona la plantilla alargaron la agonía. Pero ha bastado que la lógica se impusiera, con tres jornadas que reflejan la pobreza de su apuesta, para que se derrumbase el frágil castillo de naipes rojiblanco. Nadie le pide milagros a un entrenador que se subió a un carro averiado en mitad del camino y que iba claramente al estrelladero, pero en nada beneficia a José Alberto esa lectura de los partidos y de las posibilidades de su equipo. Por supuesto que no está nada perdido y que matemáticamente el Sporting todavía puede meterse en la pelea por el ascenso. Pero, como advertimos en mitad de la buena racha, tendrá que ser jugando más al fútbol y tratando a los rivales de tú a tú. Nunca más como en el segundo tiempo de ayer en Palma de Mallorca, donde su única esperanza era resistir ante un rival que sí parece un candidato claro a volver a Primera División.