El 5 de agosto de 2009 no dejó de llover en todo el día sobre Luanco. Parecía imposible cerrar como se merecía una de las ediciones más brillantes del Tenis Playa, con una final que sonaba a torneo grande: David Ferrer contra Guillermo Cañas. Al día siguiente, los dos tenistas cogían un avión para iniciar la gira americana que culminaba con el Open USA. El director del torneo, José Manuel Fernández, se llevó una sorpresa cuando comprobó que tanto Ferrer como Cañas estaban dispuestos a jugarse el tipo sobre una superficie que más que arena parecía chicle. No sólo lo hicieron, sino lo dieron todo sobre la lluvia e incluso pretendieron completar un partido "normal" a tres sets. Tras inscribir su nombre en el palmarés del Tenis Playa, Ferrer aún dio las gracias por la experiencia y prometió volver. Y cumplió porque así es David Ferrer, un paisano, un grande, tan grande que durante una década sólo tuvo por encima en España a un extraterrestre, Rafa Nadal. En las despedidas siempre se recurre al tópico de que se van los mejores, pero en el caso de Ferrer es cierto. Un gran tenista y una persona excepcional. Por eso el miércoles, tras su último golpe de raqueta, la Caja Mágica lo elevó a los altares.