A escasos 50 metros de la meta en el Acebo, los colombianos Édgar García y Juan Carlos Ríos permanecían acantonados más allá del santuario cangués esperando un ataque de su Nairo Quintana que nunca se produjo. Al menos Ríos, un guardia penitenciario jubilado en la ciudad de Villavicencio, una urbe al sudeste de Bogotá, cumplió su sueño de ver la Vuelta en persona y en un marco incomparable. "Asturias me está pareciendo bellísima", afirmó.

A la vera de los aficionados colombianos, el fotógrafo japonés Kei Tsuji, de 35 años, buscaba el mejor encuadre . "Esta montaña es diferente. La he subido por la mañana", advertía en previsión de un final épico que, como los colombianos que tenía próximos, tampoco llegó a ver. Al menos se consoló con haber descubierto la región. "Asturias es muy bonita. Me encantan los detalles de su bandera", apuntó.

Los sudafricanos Julian Cox y Henk Duys, 65 y 73 años respectivamente, atravesaron en bici lugares con nombres tenebrosos como el Pozo de las Mujeres Muertas o el puente de El Infierno. Llegaron a la cima del Acebo con la lengua fuera. Cuando se le preguntaba a Cox qué le pareció la segunda subida a la cima, con su ensalada de curvas, repechones y sus rampas de 18 por ciento de desnivel, el africano hizo un gesto con su mano, emulando una guillotina que le cortaba el cuello. "Se sufre, pero se disfruta".

Cinco aficionados, de tres puntas del mundo, e igual axioma: Asturias es bonita en todos los idiomas y en un marco como la Vuelta luce más. Porque la carrera no solo es una competición especial, capaz de tomar lugares vetados para el ciclismo, y más un domingo por la tarde, como un campo de fútbol. Incluso uno modesto como El Reguerón, en Cangas, convertido en centro neurálgico de la Vuelta.

También es un escaparate para que los pueblos y concejos como el asturiano exhiban sus mejores galas ante el resto del globo. Y si es en una jornada especial como el Día de Asturias, más. Si no que se lo digan a Gloria Conejero y a Carmen Llano, dos canguesas de 80 y 78 años, que ayer tuvieron el día más ajetreado de su vida.

Primero porque se levantaron bien temprano para ir a cantar a la tradicional misa del Día de Asturias en el santuario del Acebo, a eso de las nueve y media de la mañana. Y segundo porque, protegiéndose del sol con dos bolsas en la cabeza como mandan los cánones, disfrutaron como guajas del paso de la Vuelta: "Es un día para disfrutar porque es un acontecimiento muy importante", reflexionaron.

No solo visitantes de lugares remotos se maravillaron con la carrera. De Zafra, una ciudad de la provincia de Badajoz, acudieron 15 valientes del grupo cicloturista local. Valientes por la lejanía de su hogar, ya que subieron en coche. "Esta gente, los ciclistas, parecen que no sufren, pero el desnivel es altísimo", concendió el portavoz del grupo, Ángel Becerra. De Galicia se acercaron Roberto Pérez y Juanri Prendes, que aunque nacieron en Pravia y Cudillero, llevan tanto tiempo viviendo en Foz (Lugo), que ya pasan por gallegos. Ellos sí se atrevieron con la bici. "Se sufre, esto es una etapa reina", zanjaron.

Y si no lo fue, pues que baje Dios y lo vea, porque a 1.200 metros de altitud tuvo hasta que escuchar como las campanas del santuario repicaron a todo volumen cuando Kuss pasó por la línea de meta. Su sonido puso el final al Día de Asturias en el que Cangas del Narcea dio la Vuelta al mundo.