"Me he enterado por un periodista que me cesaban". "Sois el mejor grupo con el que trabajo jamás". "Los verdaderos culpables del éxito sois vosotros y tenéis que seguir trabajando con el nuevo cuerpo técnico por favor". "Os deseo toda la suerte del mundo y perdonadme si algún día fui brusco con vosotros". Así fue la emocionante despedida de Marcelino García Toral a sus jugadores en el vestuario de la ciudad deportiva de Paterna. No lloró pero faltó muy poco. El asturiano se emocionó como nunca se le había visto en el vestuario, se le humedecieron los ojos y se le hizo un nudo en la garganta para dar el último adiós a sus jugadores. Estaba muy afectado, pero todavía lo estaban más los jugadores. A alguno se le escaparon las lagrimas. "Ya veremos cuándo nos recuperamos de esto», confesaba a Superdeporte un miembro del vestuario en medio de la emoción y a la espera de que llegara el nuevo entrenador a las 18:45 junto al presidente Anil Murthy.

La etapa de Marcelino García como entrenador del Valencia finalizó ayer de forma abrupta, como se barruntaba desde comienzos de verano por las desavenencias del técnico asturiano con el propietario del club, Peter Lim. A tres días del partido de Liga frente al Barcelona en el Camp Nou, Marcelino fue relevado por Albert Celades, el exseleccionador español sub-21, dejando una herencia magnífica: dos clasificaciones consecutivas para la Liga de Campeones y un título de Copa del Rey.

Marcelino ha sido algo más que un entrenador en el Valencia. Sus criterios han pesado más de lo habitual a la hora de conformar la plantilla, pero haber asentado ese perfil ha contribuido en gran medida al cierre de su etapa en Mestalla, aunque los motivos últimos de su destitución solo los conoce Lim. El presidente del Valencia, Anil Murthy, apuntó a la falta de una apuesta decidida por la cantera. “El Valencia debe defender su filosofía de promocionar a los jóvenes formados en la Academia y dejarlos competir al más alto nivel”, señaló Murthy en la presentación de Albert Celades como nuevo entrenador.

Una simple ojeada al legado que deja Marcelino en el Valencia incita a pensar en una obra casi milagrosa. Del colapso de la posición 12 con riesgo de descenso a dos cuartas plazas seguidas y la conquista de la Copa ante el Barça de Leo Messi. Más que un prodigio, la recuperación blanquinegra fue una tarea artesanal, ejecutada con una obsesión casi enfermiza en el detalle. Donde había dominado el caos con cuerpos técnicos y estilos en continua variación, instaló hábitos y rutinas en organización del trabajo, alimentación, descanso y unas directrices tácticas sagradas. Una plantilla desmotivada se refugiaba en la claridad de ideas de su técnico y se liberaba bajo su liderazgo, y quedaba convertida en una familia preparada para volver a competir. «Este equipo será el fruto del respeto al trabajo», confesaba el guardameta Jaume.

El siguiente paso fue tantear líderes que destacasen en esa orquesta colectiva. Marcelino reclamaba un futbolista que fuera su proyección. «Si no nos lo da el mercado, lo buscaremos en el equipo». Ni la tesorería era boyante, ni el proyecto en los años anteriores desprendía la credibilidad para seducir a futbolistas tan determinantes. En ausencia de fichajes, ese rol recayó en Dani Parejo. El centrocampista, que solo un año antes había llegado a estar apartado y repudiado desde el mismo club en la pretemporada, ejercía improvisadamente como portavoz de las peticiones del equipo ante el cuerpo técnico. Un gesto que Marcelino interpretó como una muestra de compromiso que hizo que Parejo recuperase el brazalete perdido.

El entrenador se fijó en otro futbolista con un rendimiento muy inferior a su capacidad, como Rodrigo Moreno, para ser la referencia de calidad dentro de ese bloque compacto con tanta obediencia táctica. «En el repliegue todos saben qué deben hacer. En ataque, si os fijáis, a Rodrigo le dejamos que tenga más movilidad, que se atreva», confesaba el asturiano. No fue casual que los primeros dos jugadores que dedicaran mensajes de solidaridad con Marcelino ante su destitución fuesen, precisamente, Parejo y Rodrigo, además de Gayà, cuyas carreras se han visto transformadas al coincidir con el entrenador asturiano hasta el punto de llegar a la selección, un objetivo que ni imaginaban hace solo tres años. «No les toqué ninguna tecla. El entrenador debe conocer a sus jugadores y dejarles volar».

Su inflexibilidad fue criticada cuando los resultados no acompañaban, aunque no perdió el favor de la grada. Fue esa fe ciega en sus ideas, en unos rectos valores puestos en práctica desde que dirigía al Lealtad, los que acabaron por remontar el vuelo hasta conseguir la Copa. La gesta de Sevilla y la incondicionalidad de la plantilla no fueron argumentos suficientes para que Lim, acostumbrado al culto empresarial asiático de adoración al líder, perdonase el pulso público.