Helena Robla (Luarca, 2003) lleva casi toda su vida metida en una piscina. Cuando se le pregunta a qué edad comenzó con la natación la respuesta descoloca y divierte: "A los 8 o 9 meses, en Luarca", dice entre risas. Luego, eso sí, matiza: "Eran cursillos a los que van los padres con bebés". Robla, hija única, compite en el Club Natación Santa Olaya de Gijón, pero vive en la residencia de estudiantes Ramón Menéndez Pidal del Cristo de Oviedo, donde también conviven deportistas pertenecientes al Centro de Tecnificación Deportiva (CTD).

Robla es una de las promesas vigentes de la natación asturiana. Es la campeona de España en 200 metros libres femeninos y su marca (2.04.39) ha hecho historia en el Principado: es la mejor que nunca consiguió Asturias en su categoría, 16 años. También repitió hito en los 400 libres: segunda de España y marca para la historia: 4.23.53. Hoy, 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, la nadadora analiza la presencia femenina en la natación, un deporte, según ella, que gana por goleada a otros respecto a la igualdad. "No sucede como en el fútbol, que igual hay 50 chicos y dos chicas. Desde que empecé siempre estuvo todo muy equilibrado. En Luarca, en los inicios, recuerdo que éramos más chicas", indica. Los datos le dan la razón a Robla. En la residencia conviven 16 nadadores del CTD con mayoría femenina: 9 chicas y 7 chicos.

La joven, que aspira a ser periodista, no se pone techo en el mundo de la natación -"quiero seguir hasta donde llegue, no veo el final. Si es lo que logré hasta ahora, pues solo eso"- pero echa la vista atrás y recuerda una juventud llena de sacrificios, nada que ver con la vida habitual de otros chicos y chicas de su edad. Robla se mete en la piscina cinco días a la semana. A las 7.30 de la mañana, ya está nadando. Y una hora después, en clase, en el instituto de la Ería de Oviedo (estudia primero de Bachillerato). Esa rutina se repite tres días a la semana. El resto de días, excepto el domingo, entrena de 15.30 a 19.30 pase lo que pase. Los viernes y los sábados lo hace en Gijón, y así aprovecha para ver a su abuela. "¿Tiempo libre? La verdad, casi nunca. Un poco los sábados por la tarde y los domingos".

Ahora tiene a mano la piscina para entrenar, pero no siempre fue así. Largos viajes de Gijón a Luarca, comiendo de vuelta coche y haciendo los deberes muerta de sueño al volver a casa, fueron la vida de Robla hasta que hace dos años tomó la decisión de dejar la villa. "Les dije a mis padres que no podía más así. Muchas veces me quedaba hasta madrugada haciendo deberes y estudiando. Ellos siempre me apoyaron y no me arrepiento de la decisión", indica.

Su modo de vida, rutinario y estricto, es ya algo normal para ella. Nadar es como si fuese vivir. "Recuerdo que empecé porque tenía problemas de espalda y me gustó nada más probarlo. Mis padres me dijeron que adelante y aquí sigo. Me cuesta explicar lo que significa para mí la natación. Nunca piensas en dejarlo. Y si lo haces, el pensamiento se va a los cinco minutos".

Tras tantos años compitiendo, es difícil para Robla acordarse de una persona en concreto. "Son muchas. Pero Montse, mi primera entrenadora, fue muy importante", sentencia.