Bastaba ver la celebración de Novak Djokovic, eufórico después de tres horas y diez minutos de sufrimiento, para comprender hasta donde había llevado Pablo Carreño al número 1 del mundo. El asturiano completó lo que había insinuado en Nueva York, lo bordó para ganar el primer set (6-4) y, pese a lo que puedan hacer creer los números (2-6, 3-6 y 4-6) plantó cara y exigió la mejor versión del serbio. Carreño no estará en las semifinales de Roland Garros, pero confirmó sus palabras: a este nivel puede plantar cara a cualquiera.

Como ya había hecho otras veces a lo largo de su carrera, al comienzo del partido de ayer Djokovic se hizo el muerto. Saltó a la pista con una protección en el cuello, evidentes síntomas de malestar y un ritmo de juego impropio de su calidad. Carreño se aisló de lo que después se confirmaría como una escenificación más de Nole, y ganó el primer set dejando muy buenas sensaciones. Djokovic pidió la asistencia del fisioterapeuta y en la pista central de Roland Garros se instaló la sensación de que podía saltar la sorpresa.

Al comienzo del segundo set, el lenguaje corporal de Djokovic seguía siendo negativo, pero de repente empezaron a surgir esos golpes que le han llevado a lo más alto del ranking mundial. Aprovechó un bajón de Carreño para llevarse la segunda manga con cierta comodidad y empezar la tercera como un tiro. Pero ahí reapareció el nuevo Carreño, sólido, que no se deja llevar por las emociones. Cedió por 6-3, pero dejó claro que no lo iba a poner fácil.

Así fue. Con los dos jugadores a tope, los escasos espectadores en la Philippe-Chatrier disfrutaron de un set espectacular, con alternativas, que volvió a caer del lado del serbio. Al final, como suele ocurrir en duelos tan igualados como el de ayer, la clave estuvo en las bolas de rotura. Djokovic aprovechó seis de las 13 que tuvo (46 por ciento), mientras que Carreño solo consumió 3 de 13 (23 por ciento). Tras el último punto, después de que Carreño le apurase como nadie lo había hecho hasta ahora en el torneo, Djokovic lanzó un grito de rabia y liberación al cielo de París.

Pablo Carreño se marchó decepcionado, consciente de la oportunidad que había perdido, pero con la cabeza alta. Ayer demostró que por algo vuelve a llamar a las puertas del top-10.