A veces, se oculta fuera del área. En otras ocasiones, se esconde dentro. Y eso que su silueta nunca pasa desapercibida. Va y viene por todo el frente de ataque, camuflado con un disfraz del que nadie sabe el color ni tampoco el aspecto. Juega otro partido.

Parece ajeno a lo que sucede a su alrededor. No se fíen. Es un mentiroso. Un impostor. Se llama Robert Lewandowski y llevaba 10 años en Alemania, dejando goles maravillosos para el Dortmund y luego para el Bayern Múnich.

Goles de puro nueve que ocultaban, sin embargo, la verdadera dimensión de un delantero que se metió al Camp Nou en el bolsillo, mientras su mujer, de pie en la grada, cantaba feliz el himno del Barça. Antes incluso de que empezara la noche en que su marido decidió estrenarse en Europa con una exhibición.

Lewandowski se regala un triplete en su estreno europeo con el Barça.

No solo hay que mirar sus goles. Anotó tres, dos desde fuera del área y uno desde el interior de la pequeña, pero lo transcendente es la capacidad hasta poética que tiene para engañar a los defensas. En el primero, que era el 2-0 del Barça, descubrió la generosidad del entonces capitán Sergi Roberto, transformado en lateral, interior, volante y hasta extremo.

Un GPS en su pierna derecha

Recibió la pelota en la antesala de la media luna y ajustó sus coordenadas, quebrando con su cuerpo al defensa del Viktoria de tal manera que cuando se dio la vuelta ya estaba el polaco festejando su primera obra. La pelota, caprichosa ella, estaba guiada por el GPS que tiene Lewandowski en su pierna derecha.

Y el Camp Nou ya entendió que esa noche, con casi 80.000 ruidosas y entusiastas personas (eran 77.411), iba a ser realmente especial. Primero por las diabluras de Dembélé, renacido por la tozudez de Xavi, aclamado también por el ‘culé’, y después por la eficacia, más propia de una máquina que de un humano, del polaco.

El delantero polaco Robert Lewandowski en la victoria 5-1 ante el VIktoria Plzen. EP

En el 3-1, cuando el estadio se asustó un poco por el gol previo del Viktoria, conectaron los dos. Ousmane pareció Puyol por su fiereza defensiva para recoger un balón que no era suyo, justo antes de que sirviera un preciso centro al segundo palo. ¿Quién estaba ahí? El de siempre.

Engañando, de nuevo, a todos, para estar solo allí donde hay manifestaciones de defensas enemigos. Y Lewi se hizo invisible, otra vez. Dos remates a puerta en los primeros 45 minutos, dos goles. Así es Robert, el tipo que te simplifica todos los problemas.

El 50% del equipo 

Pero no tenía bastante. Se siente feliz y cómodo en su rol de líder de un equipo que se está reconstruyendo en torno a jóvenes como Pedri o Ansu, que fue titular por vez primera desde noviembre del 2021. A ese delantero que tuteló el polaco poco antes de que repitiera, pero en el otra área, la acción definitiva para conseguir su tercer tanto en una noche en que se llevó el balón a casa.

Aunque lo más importante no es su capacidad para definir como si estuviera tomándose un café en el paseo marítimo de Castelldefels. Ni tampoco sus goles (suma ocho en cinco partidos, el Barça, 16, o sea el 50%) sino que es el alma del cambio. El rostro de la felicidad culé, la verdadera palanca de la mutación. El nueve invisible e indetectable, pese a que lleva media vida regalando goles. Agazapado, eso sí.