Se cerró el techo que cubre la monumental pista Arthur Ashe por la lluvia que caía en Nueva York pero ni eso, ni un Casper Ruud que amenazó con aguar la fiesta a Carlos Alcaraz impidieron que el joven tenista de El Palmar haya tocado por fin el cielo. Tiene 19 años y cuatro meses.

Este domingo, en la final contra el noruego en el Abierto de Estados Unidos, la primera del murciano en un grande, Alcaraz ganó tras una lucha de tres horas y 20 minutos por 6-4, 2-6, 7-6 (7-1) y 6-3. El tenista adolescente, que es rayo y trueno, tiene ya un título grande y lo que ha “soñado siempre desde pequeño”: el número uno del mundo, por el que también peleaba Ruud (que este lunes amanecerá pasando del número 7 al 2).

Alcaraz conquista esa cumbre antes que nadie y es el tenista más joven en ascender hasta ahí. Deja atrás el récord de juventud que en noviembre de 2001 había marcado Lleyton Hewitt con 20 años y nueve meses. Y devuelve al tenis español donde ya antes lo llevaron Carlos Moyà, su ahora entrenador Carlos Ferrero y Rafael Nadal.

Otro gran partido

Alcaraz había dicho hace un par de días que no tenía miedo al momento. Saltaba a pista después de haber pasado en las rondas anteriores 20 horas y 19 minutos jugando, incluyendo en tres impresionantes maratones a cinco sets consecutivos frente a Marin Cilic, el memorable con Jannik Sinner y otro con Frances Tiafoe. Pero sabía que tenía que darlo toda otra vez. “No es momento de estar cansado”, declaraba minutos antes del partido.

Lo empezó algo menos afinado en el resto que en otras de las jornadas donde sus devoluciones eran puro fuego, pero volvía a desplegar en Arthur Ashe su técnica impecable y a dar muestras de esa confianza extrema en sí mismo que le hace realizar apuestas como las dejadas, incluso después de que algunas, bastante más que de costumbre, fallasen y volviesen a fallar.

En el primer set el español lograba romper al de Oslo en el tercer juego. Cuando ya iba 5-3 su equipo le gritaba: “¡convéncete, convéncete!”. Y lo hizo, aprovechando su primera oportunidad con su servicio para sellar, tras 49 minutos, el 6-4.

Ruud, 23 años y tenista sólido donde los haya en este momento, que llegaba con la experiencia de una final previa en un grande (en Roland Garros este año frente al victorioso Rafael Nadal) y “ganas de revancha” tras haber caído este año ante Alcaraz en Miami y Marbella no tardó en replicar. Y 40 minutos después igualaba el encuentro. La lucha, volvía al punto de partida.

Tensión y aplauso

En Arthur Ashe, quizá la pista donde el público acostumbra a hablar más y más alto, parecía contagiarse de la tensión y el respeto por un momento en que tanto estaba en juego. Por una vez dominaba el silencio, interrumpido ocasionalmente por el grito irrespetuoso en un servicio, por clamores variados que iban del “¡Vamos Carlos!” al “vamos Murcia” o al “C’mon Casper! y al “Let’s go Ruud!”. Y se rompía especialmente cuando las casi 24.000 almas rugían celebrando el espíritu desplegado por los dos jóvenes jugadores los puntos más vistosos, las peleas más vibrantes, los giros de guion.

En la tercera manga continuó el toma y daca, intenso, y Alcaraz se asomó al precipicio. Con su servicio permitió que el noruego tuviera dos oportunidades de apuntarse el parcial. Pero ahí, en ese borde, dejó de nuevo testimonio de su entereza. Salvó con dos boleas ganadoras, llegó al tie break y ahí no mostró piedad.

El cuarto set sería el último. Rompió a Rudd en el sexto juego. Y en el noveno, que incluyó dos saques directos y donde desaprovechó la primera bola de partido, en la segunda ya no dejó opción. Ruud no pudo contestar a la fuerza de su último saque. Alcaraz había dictado sentencia.

Unos minutos después de las siete y media de la tarde, elevando hasta las 23 horas y 39 minutos su tiempo en las pistas neoyorquinas, Alcaraz batía la marca de tiempo de juego en un Grand Slam que desde que hay registro (1999) había fijado en Wimbledon de 2018 Kevin Anderson.

Sonrisas y lágrimas

Alcaraz se tumbó en el suelo. Boca arriba y boca abajo. Se abrazó luego con Ruud. Y, como imagen perfecta de su brillante escalada, subió por las gradas hasta fundirse en abrazos llenos de lágrimas, sonrisas y emoción con su familia y su equipo.

Luego, en la ceremonia de entrega de premios, que incluyen el cheque por 2,6 millones de dólares, abrió sus declaraciones con un mensaje de solidaridad con Nueva York, que este domingo marcaba los 21 años de los atentados del 11-S., algo que también había hecho Ruud. "No es fácil vivir hoy como un día normal", reconoció.

A Alcaraz le resultaba duro hablar, "demasiadas emociones". Pero sí alcanzaba a decir que el logro llega tras haber "trabajado mucho". "Es fruto del trabajo que hice con mi equipo y mi familia. Solo tengo 19 años y las decisiones difíciles las tomo con ellos", explicó Alcaraz, que tuvo un recuerdo especial para su madre y su abuelo, que no han podido desplazarse a Nueva York.

Fuerza de la naturaleza

Alcaraz, con ADN de campeón, se confirma como una fuerza de la naturaleza, Es también el meteoro, uno cuya progresión y escalada han sido vertiginosas. Pero este no hace impacto y desaparece. Este viene llamado a quedarse. Y nada, si ese cuerpo que ha transformado y reforzado a ritmo fulgurante se mantiene libre de lesiones, parece suficiente para frenar a un jugador a principios del año pasado no estaba aún entre los 100 mejores y para febrero de este año ya estaba en el top 20, para abril en el top ten y para julio entre los cinco mejores. Ahora, al menos en Nueva York, nadie le ha superado.

El título del grande y el uno son el broche a un año en el que el de El Palmar ya había sumado 50 victorias, 20 de ellas sobre el cemento, y cuatro títulos, los mismos que Nadal, campeón este año en Roland Garros y Australia. Ha sido el año en que también rompió la maldición del tenis masculino español en Miami, donde hizo historia como el campeón más joven.

Este 2022 ha sido el año donde también ha dejado su marca en lo que indudablemente es una evolución en el mundo del tenis: en su camino hacia el título en Madrid, Alcaraz se convirtió en el jugador más joven en ganar a Novak Djokovic y Nadal, y el único que batía a los dos en la misma cita sobre tierra (y lo hacía, además) en días consecutivos.

Cambio de guardia

Tres mujeres estadounidenses de mediana edad, jugadoras de tenis, comentaban en Arthur Ashe lo que acababan de ver. “Bendita juventud”, decían admiradas. Y se declaraban fan incondicionales de Nadal (“el mejor de todos los tiempos”), pero también se marchaban del Centro Nacional de Tenis Billie Jean King con una idea. “Este Abierto realmente se ha sentido como un cambio de guardia”.

Es una cuestión abierta a debate. Djokovic no ha venido a Nueva York por no haberse vacunado, Roger Federer aún no ha colgado la raqueta y el de Manacor, uno de los primeros en felicitar a Alcaraz en las redes, este año ha sumado dos grandes a su palmarés por ahora inigualado de 22.

Pero no eran ellos sino Alcaraz y Ruud quienes luchaban en una edición del Abierto en la que en el cuadro femenino se ha despedido Serena Williams y se ha coronado la joven polaca de 21 años Iga Swiatek, ampliando su reinado de la tierra al cemento. Y en crónicas de la victoria de Alcaraz como la de 'The New York Times' se declaraba inaugurada "la era Alcaraz".