Oviedo, la felicidad era esto: la contracrónica del ascenso azul

Nunca un descuento fue tan odioso, con el Tartiere subiendo una pulsación con cada segundo que ganaba al cronómetro para que al final Oviedo rugiera

Celebración del ascenso

Celebración del ascenso / Marcos León

xuan fernández

Oviedo

Fueron unos pocos minutos que se volvieron eternos. Nunca un descuento fue tan odioso. El Tartiere subía una pulsación con cada segundo que ganaba el cronómetro, y el Oviedo se acercaba a la meta, ya con una buena ventaja. Y ahí, en ese estadio convertido en volcán, se veía la vida misma: casi 30.000 almas apretando los dientes dentro y media Asturias fuera, conteniendo la respiración, sufriendo en cada instante.

Aficionados del Oviedo celebrando uno de los goles azules en la plaza Miñor.  | MARIO CANTELI

Aficionados del Oviedo celebrando uno de los goles azules en la plaza Miñor. | MARIO CANTELI

Un sinvivir colectivo. Si se pudiese relativizar –algo estúpido, en realidad–, sería increíble pensar que tanta angustia se debía a un partido, a un escudo, a un equipo, a una final. Una barbaridad. Sentarse ayer en el Tartiere era como estar atado a una silla de tortura emocional y ese gol del Mirandés fue lo más triste que se recuerda.

La felicidad era esto

La felicidad era esto

En esos últimos minutos en los que el Real Oviedo fue equipo de Segunda División se condensó una vida entera. En Lángara, un anciano ni siquiera miraba al campo. Otro mandaba sentarse a los de delante, de los nervios, y le preguntaba a su compañero de grada, ese con el que lleva décadas compartiendo disgustos y cabreos:

–¿Pero cuánto queda?

No obtuvo respuesta. Pero no hacía falta, ya le contestará en Primera, pensó.

También estaba la mirada descompuesta de un niño de unos ocho años, que berreaba como si lo llevasen al dentista, como si aquello fuera la peor de las torturas, un dolor que ni sabía explicar. Y más allá, una aficionada veterana —de esas que siempre dicen que "con esto del fútbol no hay que perder la cabeza"— estaba fuera de sí. Se mordía las uñas, exigía de pie, suplicaba con los ojos desencajados:

–¡Piiiiita yaaa!

Y entonces el de amarillo pitó.

Nunca un sonido fue tan orgásmico. Pi, pi… ¡piiiiii! Y las caras, que un segundo antes eran mapas del sufrimiento, sufrieron una mutación instantánea. Como si el alma saliera volando de golpe. Jamás volverá a vivirse algo parecido en esta ciudad.

Hubo llantos. Muchos. Ríos de lágrimas por fin de alegría. Abrazos con desconocidos. Gente desplomándose en la grada. La felicidad era lo más parecido a lo de ayer.

Nadie lo creía del todo. ¿Era real? ¿De verdad acababa de terminar? ¿Valía ese resultado? ¿Era oficial? Sí, valía. El Oviedo está en Primera. En Primera.

Algunos no sabían qué hacer. Si intentar saltar al césped, si quedarse cantando con lágrimas en la cara, si salir corriendo hacia la plaza América a chapotear de alegría...Todo era nuevo para la mayoría.

Oviedo rugió. Oviedo lloró. Oviedo cantó. Quién lo iba a decir. Quién lo iba a decir, solo un año después de aquel mar de llanto en Cornellà. ¿Quién se acuerda ya de eso?

Y eso que el partido tuvo todos los componentes del manual del sufrimiento: gol inicial, remontada y achicada de agua final. Para el recuerdo del oviedismo quedan esos gestos de Cazorla tras empatar de penalti, mandando levantarse a la grada. Eso era la imagen de un mito viviente, de un héroe bajito, de un héroe azul. Luego llegó todo lo demás, con un Tartiere empujando a la victoria.

Hoy la ciudad despierta con resaca emocional, con la voz rota, con el corazón aún galopando. Pero despierta en Primera.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents