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30 años de la última época dorada del fútbol asturiano

Cuando el Sporting y el Oviedo jugaban la UEFA: por una vez, juntos en Europa

Rojiblancos y azules, quinto y sexto en la Liga 90-91, coincidieron al fin en una competición continental en la que una admirable afición del Génova dejó huella en Asturias

Equipo inicial del Oviedo en el partido de ida frente al Génova. De pie, por la izquierda, Viti, Jerkan, Gorriarán, Luis Manuel y Zúñiga; agachados, Lacatus, Elcacho, Bango, Viñals, Berto y Carlos. | LNE

Memorias astureuropeas / y 3

Con el ascenso del Oviedo a Primera División en la temporada 87-88 volvieron a reunirse en la máxima categoría los dos grandes del fútbol asturiano. Así se mantendrían durante nueve temporadas, hasta la 97-98, en que el Sporting cerró el mejor ciclo de su historia en Primera División (veintiuna temporadas consecutivas) con un descenso catastrófico tras una campaña en la que solo sumaría 13 puntos. Es durante ese periodo cuando ambos clubes disputarán a la vez una competición europea. Será en la temporada 91-92, tras haberse clasificado en la anterior el Sporting en 5.º lugar y el Oviedo en el 6.º. Treinta años después, cuando las máximas aspiraciones de los dos clubes se cifran en volver a la Primera División, aquella coincidencia se evoca con una inevitable nostalgia.

Sporting y Oviedo volvieron a coincidir en Primera División en la temporada 88-89. Ambos clubes habían registrado cambios llamativos en sus directivas. Las elegían todavía los socios compromisarios, que a su vez eran elegidos por sorteo entre el conjunto de los socios. En el Sporting, tras una campaña reñida, un profesor universitario, Plácido Rodríguez Guerrero, había alcanzado la presidencia, a la que llegaba con planteamientos que, por pretendidamente innovadores, despertaban recelos en los sectores de la sociedad local que hasta entonces habían controlado la gestión del club. Uno de los cambios que introdujo la nueva directiva afectó al uniforme del equipo. El Sporting pasó a llevar pantalón blanco en vez del azul que usaba al menos desde los años 20.

En el Oviedo el relevo había sido también llamativo, aunque menos polémico, al no encontrar mayor oposición la opción de Eugenio Prieto, empresario de artes gráficas, antiguo boxeador amateur y gran seguidor del fútbol aficionado. Los dos presidentes coincidían políticamente, a nivel personal, en una inclinación izquierdista, lo que no dejaba de ser una novedad en ambos clubes. Pero no la esgrimieron como signo distintivo, conscientes de que en la masa social se mezclan todas las ideologías.

El acontecimiento inédito de que los dos clubes coincidieran en disputar una competición europea fue la consecuencia de unas trayectorias en las que tuvieron mucho que ver los entrenadores.

Bango celebra el gol del Oviedo en el Tartiere ante el Genova LNE

El Sporting de Ciriaco.

La temporada 88-89 había sido convulsa para el Sporting en el aspecto deportivo. La directiva había puesto en manos del nuevo entrenador, José Luis Aranguren, una plantilla que registraba las importantes bajas de Eloy, Esteban y Zurdi, traspasados por motivos económicos. A cambio, se produciría la revelación de Felipe, pero la torpeza negociadora de la directiva para renovar su contrato hizo que pidiera la aplicación del reciente artículo 1006 para obtener la libertad previo pago de la cláusula de rescisión, tras lo que fichó por el Tenerife. En la temporada siguiente, la 89-90, Aranguren fue cesado a mitad de campaña y García Cuervo se hizo cargo del equipo, en el que Ablanedo, recuperado de una nueva grave lesión en una rodilla, conquistó por tercera vez el Trofeo Zamora al portero menos goleado y Abelardo se afianzó como titular con solo 19 años. Pero para los aficionados rojiblancos resultó frustrante que el Oviedo, recién ascendido, quedara por delante en la clasificación final.

El desencanto de la afición influyó sin duda en la rápida destitución de García Cuervo en el transcurso de la temporada 91-92. Ciriaco se hizo cargo del equipo y su gestión superó todas las expectativas. Surgieron nuevos valores, como Manjarín y, sobre todo, Luis Enrique, que, superados los problemas físicos que le habían lastrado en la temporada anterior, se convirtió en el goleador del equipo junto al checo Luhovy. En la última jornada de la Liga, en Mestalla, una jugada entre ambos que terminó en la red del Valencia subió al Sporting al quinto puesto de la clasificación, lo que suponía volver a disputar la Copa de la UEFA.

Ciriaco, que seguiría como entrenador, viviría desde el banquillo las dos eliminatorias que aguantó el Sporting, a cuya plantilla llegaban nuevos valores surgidos de Mareo, como Muñiz, Avelino, Tomás, Iván o Juanele. A cambio, continuaba la retirada de grandes veteranos. Si en la temporada anterior se había ido Jiménez, homenajeado espontáneamente en su último partido en El Molinón, ahora era Joaquín quien decidía decir adiós después de una ejecutoria sin parangón en la historia del club.

Un disparo de Carlos en el partido ante el Génova LNE

El Oviedo de Irureta.

Al marchar Miera al término de la temporada 88-89 el Oviedo tenía una plantilla prometedora, en la que destacaban jugadores jóvenes pero ya hechos, como Berto, Bango o Luis Manuel, salidos de la cantera, junto a otros, producto de fichajes acertados, como Sañudo, Tomás o Gorriarán, a los que se añadirían Sarriugarte, Zúñiga y, muy singularmente, el croata Gracan y Carlos, este último desencantado de su paso por el Atlético de Madrid, donde apenas había tenido oportunidades.

Pero si alguna incorporación invitaba especialmente al optimismo era la del nuevo entrenador, Irureta, quien, tras una brillante carrera como futbolista, en el Atlético de Madrid y en el Athletic de Bilbao, estaba en los comienzos de una trayectoria como técnico que sería aún más brillante. La había iniciado en el Sestao. A los buenos aficionados azules seguro que no se les había olvidado la impresión que había causado el equipo vasco en la temporada 86-87, cuando le había dado un severo repaso al Oviedo en el Carlos Tartiere para acabar ganándole por 0-3. Aquel orden, disciplina y, en suma, eficacia, que potenciaba al máximo la capacidad de un equipo modesto, no podía deberse a la casualidad sino al trabajo de un muy buen técnico. Era Irureta.

Tras pasar por el Sestao había sido fichado por el Logroñés, que estaba entonces en Primera con un presidente, Eguizábal, que tenía al parecer mucha prisa por situar al equipo entre los grandes. El cese precipitado del entrenador facilitaría su llegada al Oviedo de cara a la temporada 89-90. En la primera temporada oviedista de Irureta el equipo se clasificó en el undécimo puesto de la Liga. En la segunda, la 90-91, con los refuerzos de los croatas Jerkan y Jankovic y el afianzamiento de Viti en la portería, el Oviedo quedó sexto, un puesto que tendría premio europeo, aunque fuera en diferido. Cuando ese premio se hizo efectivo, en la temporada 91-92, el Oviedo se reforzó con un jugador rumano que ya sabía lo que era ganar una competición europea y no cualquiera, sino la máxima. Marius Lacatus había tenido, además, protagonismo en la final que disputaron en Sevilla el 7 de mayo de 1986 el Barcelona y el Steaua de Bucarest. Al final del juego, prórroga incluida, se llegó con empate a cero y hubo que recurrir a los penaltis. El Barcelona no logró marcar ninguno de los cuatro que lanzó a Duckadam, el meta rumano. Al Steaua le bastó con marcar los dos primeros que lanzó. Uno de ellos lo tiró Lacatus, que en el Oviedo no se distinguiría precisamente por la eficacia goleadora.

Emilio para un penalti ante el Partizán LNE

Sporting, a Estambul y Bucarest.

Cinco temporadas después de recibir al Milán, El Molinón abría otra vez sus puertas a un partido de la Copa de la UEFA. El visitante era el Partizán de Belgrado, al que el conflicto yugoslavo, en plena escalada sangrienta, convertía poco menos que en un exiliado. La afición sportinguista seguía renuente y el estadio registró una entrada solo discreta. El Sporting no hizo un partido brillante, pero Alcázar logró sujetar a Mijatovic, la estrella del Partizán, y en el segundo tiempo los goles de Monchu y Luhovy parecían dejar la eliminatoria en franquía. Un público exigente protestaba cada vez que el Sporting retrasaba el balón a su portero.

Emilio, al que Ciriaco había preferido a Ablanedo como titular, sería clave en el partido de vuelta, que se disputó en Estambul, ya que el Belgrado de entonces no ofrecía las mínimas condiciones de seguridad para albergar un partido internacional. El Sporting estuvo discreto al principio y mal al final. El Partizán le marcó dos goles en los últimos cuatro minutos y forzó la prórroga. En ella Emilio salvó a su equipo con dos grandes paradas, anticipo de lo que haría en la tanda de penaltis, en la que detendría dos lanzamientos. Y el Sporting pasó la eliminatoria.

Su siguiente rival sería el Steaua de Bucarest, con el primer partido en El Molinón. Los cambios de Ciriaco, que revolucionaba la alineación en cada encuentro, no dieron esta vez resultado. El equipo rumano controló el juego y solo un autogol de Stan Ile en los últimos momentos del partido evitó al Sporting que se saldara con una derrota suya. Pero el 2-2 no invitaba al optimismo.

En LA NUEVA ESPAÑA vivimos muy de cerca la clasificación del Oviedo para jugar su primera participación europea en la temporada 90-91. Había terminado la Liga en el sexto puesto y por parte española solo entraban cuatro en la Copa de la UEFA. Descartado el campeón, que jugaría la Copa de Europa (hoy, Champions League), necesitaba que le hicieran un hueco. En teoría era fácil, pues uno de los que antecedían, el Atlético de Madrid, estaba clasificado para la final de Copa y, si la ganaba, la competición europea que disputaría sería la Recopa. Y era previsible que la ganara pues su rival copero, el Mallorca, que, por cierto, había eliminado en las semifinales al Sporting, parecía claramente inferior. La final iba a ser, por tanto, una fiesta para el Oviedo y, con la intención de ser testigos directos de ella, en LA NUEVA ESPAÑA invitamos a la directiva del club a presenciar el partido en el Club Prensa Asturiana, donde las imágenes se proyectaban en una pantalla gigante.

Eugenio Prieto, habitualmente hablador y bromista, llegó aquella noche del 29 de junio de 1991 más que serio, tenso. Se apreciaba en seguida que no quería celebrar nada por anticipado. Cuando comenzó el partido eligió una silla para sentarse y se sumergió en el desarrollo del juego sin hacer un solo comentario. El partido se preveía fácil para el Atlético, en un Bernabeu tomado por sus enardecidos seguidores, pero adquirió pronto un rumbo inesperado, pues un Mallorca defensivo fue capaz de neutralizar a los rojiblancos. Tanto que se llegó al final del tiempo reglamentario con empate a cero, lo que dio paso a la prórroga. Creo recordar que Eugenio Prieto ni se levantó de su asiento para estirar las piernas. Y, desde luego, no habló con nadie.

Era tan evidente que lo estaba pasando muy mal que, pese a su voluntario aislamiento, se convirtió en el centro de la atención de todos, hasta el punto de que cuando comenzó la prórroga casi nos fijábamos más en él que en la pantalla. Si, según la RAE, dos de las acepciones de agonía son ansia o deseo vehemente y lucha o contienda, el presidente del Oviedo estaba viviendo una. Y cuando en el minuto 111 el portero mallorquinista Ezaki –sí, Ezaki, el mismo que había facilitado el triunfo del Oviedo en la promoción de ascenso a Primera de dos temporadas antes con malas salidas en dos córners– respondió con un flojo y mal dirigido rechace a un tiro de Sabas para que Alfredo marcara a puerta vacía, todos nos volvimos hacia Prieto. Y su reacción nos impresionó. No lanzó ninguna exclamación, no dijo nada. Pero su corpachón entero gritó por él cuando, sin levantarse del asiento, alzó los dos brazos, con los puños cerrados, y se estremeció en un verdadero paroxismo. Nueve minutos más y el Oviedo jugaría la Copa de la UEFA. La lucha agónica terminaba en un final feliz.

El partido de vuelta en Bucarest confirmó esa sensación. Aunque el Sporting mejoraría en el segundo tiempo con la entrada de Iordanov, un futbolista con buena cabeza y mejor pie para construir pero nulo para recuperar balones, resultó insuficiente, ya que apenas creó una ocasión. Un gol de Popa dio la victoria al Steaua, al que le hubiera bastado el empate logrado en El Molinón para pasar la eliminatoria.

Tati ayuda a estirar a Abelardo, con Alcázar al fondo LNE

Por San Mateo, el Génova.

El 18 de septiembre de 1991 Oviedo había sido escenario de una gran manifestación, colofón de la jornada de huelga que había paralizado la Cuenca Minera, en protesta contra el fuerte recorte de Hunosa que había anunciado el Gobierno de Felipe González y que supondría –eso se sabría con el tiempo– el principio del fin de la minería del carbón. Oviedo vivía las fiestas de San Mateo y al día siguiente se celebraba el Día de América en Asturias. Y algo más, que en realidad era mucho, pues el calendario de la Copa de la UEFA había querido que el debut del Oviedo en Europa coincidiera con la semana grande de las fiestas de San Mateo. Y el partido con el Génova fue realmente un número fuerte. No menos cabía esperar de la aportación de un visitante que trajo consigo no menos de seis mil seguidores, cuya llegada poco menos que saturó el Aeropuerto de Asturias y cuyo comportamiento fue, además, impecablemente festivo. Pero si alegraron las calles con su presencia en un día festivo tan señalado, sería en el Carlos Tartiere donde darían la auténtica medida de su capacidad.

El club local les había reservado el fondo Oeste, desplazando a los socios que tenían allí su asiento, y, emplazados en él y uniformados con los colores rojo y azul oscuro, se comportaron como un orfeón descomunal. Aquí, nunca se había visto y oído cosa igual. No se trataba solo de consignas o gritos de ánimo a su equipo, como ya hacían por entonces en España los llamados ultras, sino de la interpretación de un repertorio amplísimo, que incluía un gran tipo de canciones, entre ellas alguna española, como el “Porrompompero”. Con una armonía y afinación admirables y mientras exhibían grandes pancartas y ondeaban enormes banderas, cantaron desde una hora antes de que comenzara el partido hasta bien avanzado el segundo tiempo. Se notaba que estaban de fiesta. Y es que el Génova también se estrenaba en una competición europea.

Si su entusiasmo decayó en el tramo final del encuentro fue mérito de su rival. Porque, como es lógico, lo que acabó prevaleciendo fue el partido en sí. El Génova exhibió un fútbol bien trabado, con toques de calidad, pero el Oviedo no le concedió ocasiones. A cambio, aprovechó un saque de esquina al final del primer tiempo, con un doble remate de Bango, primero de cabeza y luego con el pie, para adelantarse en el marcador. En el segundo tiempo el Oviedo miró más hacia la portería que defendía Viti y tenía como bastiones principales a Gorriarán y Luis Manuel y mantuvo como resultado el 1-0, que hacía concebir esperanzas.

El partido de vuelta, que se disputó en medio de un ambiente que en lo que a “Tifo” se refiere dejó lo apuntado en Oviedo en un ensayo minoritario, demostró que esas esperanzas tenían fundamento. Aunque el Génova se adelantó pronto en el marcador, el Oviedo estuvo lejos de entregarse. En el segundo tiempo, con el cambio de Bango por Paco, se fue arriba y cuando Carlos aprovechó un fallo del portero y un defensa genoveses para empatar, las esperanzas se desbordaron, pues un gol fuera de casa podía ser decisivo, teniendo en cuenta que el Génova no lo había logrado en Oviedo. En la última fase del partido el árbitro Schmidhuber hizo méritos para entrar en la lista negra del oviedismo. La expulsión de Lacatus, por un incidente con Branco, descentró por momentos a los ovetenses. Viti encajó un gol en un disparo lejano. Y Skuhravy, el gigantón checo que era la principal arma ofensiva del Génova, pudo conseguir al fin el mortífero remate de cabeza que la defensa del Oviedo había logrado evitar hasta entonces.

Y el Oviedo dijo adiós a Europa. Como el Sporting, hasta hoy.

Joaquín se abraza con Emilio, con Redondo a la derecha LNE

Dos entrenadores singulares.

Ciriaco Cano dejaría el banquillo del Sporting al final de esa temporada, la 91-92. Desde su llegada al cargo, dos años antes, había demostrado personalidad para poner en práctica lo que creía conveniente para el equipo, lo que en ocasiones se había traducido en una cierta rigidez. Su mayor éxito, sin duda, fue volver a llevar al Sporting a Europa cuando, al llegar al cargo, parecía algo utópico. Pero algunos de sus comportamientos, como cambiar la alineación prácticamente en todos los partidos, despertaron incomprensión. Dejaría el club al final de la temporada 91-92 para proseguir su carrera de entrenador en otras latitudes, aunque volvería al banquillo de El Molinón en dos ocasiones más, ambas en Segunda División.

Javier Irureta, que había llegado al Oviedo en la temporada 89-90, permaneció en el club hasta mediados de la 92-93, en que fue cesado para que le sustituyera Radomir Antic. Uno de los mejores entrenadores que ha tenido el club merecía sin duda una salida más decorosa, pero seguramente en la directiva que presidía Eugenio Prieto prevalecieron algunos prejuicios extendidos en parte de la afición, como el de que era un entrenador muy defensivo. Lo cierto es que acostumbró a quienes acudían al Carlos Tartiere a ver ganar a su equipo o, a lo sumo, empatar, porque derrotas fueron pocas. Y pudo exhibir el éxito de, según sus palabras, convertir al Oviedo en “el equipo de Asturias”. En las ocho ocasiones en las que, como entrenador, se enfrentó al Sporting, su equipo logró seis victorias, por una del eterno rival y un empate. Irureta alcanzaría la culminación de su carrera como entrenador en el Deportivo de La Coruña, al que dirigió desde 1998 hasta 2005 y le hizo una vez campeón de Liga y otra de Copa –el famoso “Centenariazo”–, además de dos campeonatos y dos terceros puestos en la Liga y alcanzar las semifinales de la Copa de Europa. Y aquel equipo jugaba de maravilla.

Los aficionados del Génova en el Carlos Tartiere LNE

Eugenio Prieto: agonía con final feliz

En LA NUEVA ESPAÑA vivimos muy de cerca la clasificación del Oviedo para jugar su primera participación europea en la temporada 90-91. Había terminado la Liga en el sexto puesto y por parte española solo entraban cuatro en la Copa de la UEFA. Descartado el campeón, que jugaría la Copa de Europa (hoy, Champions League), necesitaba que le hicieran un hueco.

En teoría era fácil, pues uno de los que antecedían, el Atlético de Madrid, estaba clasificado para la final de Copa y, si la ganaba, la competición europea que disputaría sería la Recopa. Y era previsible que la ganara pues su rival copero, el Mallorca, que, por cierto, había eliminado en las semifinales al Sporting, parecía claramente inferior. La final iba a ser, por tanto, una fiesta para el Oviedo y, con la intención de ser testigos directos de ella, en LA NUEVA ESPAÑA invitamos a la directiva del club a presenciar el partido en el Club Prensa Asturiana, donde las imágenes se proyectaban en una pantalla gigante.

Eugenio Prieto, habitualmente hablador y bromista, llegó aquella noche del 29 de junio de 1991 más que serio, tenso. Se apreciaba en seguida que no quería celebrar nada por anticipado. Cuando comenzó el partido eligió una silla para sentarse y se sumergió en el desarrollo del juego sin hacer un solo comentario. El partido se preveía fácil para el Atlético, en un Bernabeu tomado por sus enardecidos seguidores, pero adquirió pronto un rumbo inesperado, pues un Mallorca defensivo fue capaz de neutralizar a los rojiblancos.

Tanto que se llegó al final del tiempo reglamentario con empate a cero, lo que dio paso a la prórroga. Creo recordar que Eugenio Prieto ni se levantó de su asiento para estirar las piernas. Y, desde luego, no habló con nadie. Era tan evidente que lo estaba pasando muy mal que, pese a su voluntario aislamiento, se convirtió en el centro de la atención de todos, hasta el punto de que cuando comenzó la prórroga casi nos fijábamos más en él que en la pantalla. Si, según la RAE, dos de las acepciones de agonía son ansia o deseo vehemente y lucha o contienda, el presidente del Oviedo estaba viviendo una.

Y cuando en el minuto 111 el portero mallorquinista Ezaki –sí, Ezaki, el mismo que había facilitado el triunfo del Oviedo en la promoción de ascenso a Primera de dos temporadas antes con malas salidas en dos córners– respondió con un flojo y mal dirigido rechace a un tiro de Sabas para que Alfredo marcara a puerta vacía, todos nos volvimos hacia Prieto. Y su reacción nos impresionó. No lanzó ninguna exclamación, no dijo nada. Pero su corpachón entero gritó por él cuando, sin levantarse del asiento, alzó los dos brazos, con los puños cerrados, y se estremeció en un verdadero paroxismo. Nueve minutos más y el Oviedo jugaría la Copa de la UEFA. La lucha agónica terminaba en un final feliz.

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