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Un perfil del capitán del Oviedo Baloncesto: Arteaga y la eterna juventud

El pívot canario se ha ganado el respeto de sus compañeros por su trabajo diario y su espectacular trayectoria

Oliver Arteaga durante un partido del Liberbank Oviedo Baloncesto Miki López

Nunca se hubiera imaginado Oliver Arteaga Padrón (El Hierro, 4 de enero de 1983) que rondando los 40 aún sería jugador profesional de baloncesto. De hecho, ni siquiera se le había pasado por la cabeza jugar al deporte de la canasta hasta los 15 años, cuando Paco Chinea y Ramón Cubeles, cabezas visibles del basket tinerfeño, descubrieron en unos Juegos Escolares al, de aquella, larguísimo lateral izquierdo de balonmano. Más de veinte años después, el canario es una referencia en la pista, aportando a su edad minutos de calidad y, fuera de ella, ganándose el cariño de todos los que le rodean.

Los entrenadores tinerfeños vieron un filón en el espigado herreño, que para entonces ya medía dos metros, pero tuvieron que empezar con él de cero. Incluso con el reglamento. El propio jugador confiesa que no se enteraba de nada, hasta el punto de ir a por el rebote de su propio tiro libre. Pero absorbió las enseñanzas rápidamente: en pocos meses, a raíz de participar en un campeonato de España de selecciones autonómicas, estaba fichando por el Valencia, tras recibir también llamadas del Barcelona y del Estudiantes.

El cambio fue brusco para el joven Arteaga, acostumbrado a la paz de El Hierro y a una ciudad manejable como Santa Cruz de Tenerife. Valencia era un monstruo que, además, le exigía como a un profesional: entrenamientos dos veces al día y partido los fines de semana, nada de salir despreocupadamente con los compañeros. Allí se forjó el jugador de baloncesto.

Tras el salto al profesionalismo, con el paso de los años, Arteaga se fue ganando el respeto y el reconocimiento del mundillo. Empezaban ya a escasear jugadores con la calidad que lucía el canario en sus movimientos en el poste bajo, y era un dechado de fiabilidad y compromiso. Con alguna pequeña aventura en la élite, se asentó como una referencia de la LEB, formando parte de los mejores equipos de la competición. Entre otros, del Palencia de la temporada 2009-10, a las órdenes de Natxo Lezkano.

El pívot canario aterriza en Asturias en el verano de 2017 para incorporarse a un OCB en crecimiento, con un presupuesto entre los mejores de la competición y que acababa de ganar la Copa Princesa. El objetivo del fichaje, hacer olvidar a los dos “cincos” que dejaban el club, Eduardo Hernández-Sonseca y Felipe dos Anjos. Lo consiguió enseguida.

Cuatro años después, las palabras Oli y OCB están indisolublemente unidas. Arteaga, aun dosificado para no romper su castigado cuerpo de 38 años, es clave en los sistemas de juego y ejemplo de entrega en la cancha; es capitán del equipo y líder del vestuario, es emblema de los aficionados. Ha encontrado en Oviedo la estabilidad que no tuvo en toda su carrera y saborea los últimos sorbos de su vida baloncestística. Se alegra de haber renovado: es mucho mejor plan dejarlo voluntariamente subiendo a la ACB en estos play-off, por ejemplo, que empujado por una pandemia, como hubiera sido el caso hace un año.

Cuando por fin cuelgue las zapatillas, el OCB se quedará un poco huérfano, como tras la marcha de Víctor Pérez, gran amigo de Oli y con el que sigue poniéndose al día todas las semanas. Será el momento de regresar a su añorada isla, ahora de moda gracias a la serie protagonizada por Candela Peña, que tiene escenas rodadas en la casa de Arteaga. Probablemente aparcará el baloncesto definitivamente. Podrá dar rienda suelta a su pasión por los coches y volcarse en su plantación de piña tropical, siguiendo la estela de su padre. Disfrutará de Yesi Deniz, la mujer que con su carácter abierto ofrece el contrapunto perfecto a su recogimiento, y de las pequeñas Aisha y Ainar. Una familia espectacular, dicen los que la tratan, que se brinda a los demás y que ha dejado huella en Oviedo.

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