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Carreño, el campeón que no se planteaba ser profesional

Humilde y familiar, los que vieron sus inicios destacan que su éxito radica en su constancia

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Pablo Carreño, raqueta en mano desde niño: todas las fotografías de su trayectoria LNE

“Si se puede llegar lo más lejos posible, lo intentaremos”. Pablo Carreño pronunció esas palabras en mayo de 2006, cuando aún estudiaba tercero de ESO en el instituto El Piles y estaba a pocos meses de seguir los pasos de otros ases de la raqueta asturiana como Juan Avendaño y Galo Blanco al firmar por el Centro de Alto Rendimiento Deportivo de San Cugat del Vallés, en Barcelona. Quince años después de aquella frase, que la dijo cuando todavía entrenaba en el Grupo Covadonga, se puede decir que el flamante bronce olímpico no ha fallado en su propósito. Su triunfo ante Djokovic ayer en Tokio es el triunfo de la constancia, del trabajo y del esfuerzo diario. El triunfo de alguien que, desde bien joven, dejó claro que podía ganar a cualquiera, aunque no se planteó llegar a ser profesional.

Pablo Carreño y Axel Álvarez en su etapa de jugadores infantiles del Grupo.

La presea olímpica ya la anticipaba el propio tenista de 30 años hace tan solo dos semanas, cuando logró la que era la victoria más importante de toda la historia de una raqueta del Principado. Pablo Carreño ganó el 18 de julio el torneo de Hamburgo frente a Krajinovik y decía que “lo mejor estaba por llegar”.

Carreño, cuarto por la izquierda, junto a unos compañeros.

La frase podría parecer baladí, pero encierra mucho del carácter de Pablo Carreño. Un carácter que ya mostraba de pequeño en el Grupo, donde adquirió la base para ser el tenista que es hoy. “Es muy trabajador y humilde. Siempre iba a ganar el próximo partido”, apunta una de sus primeras entrenadoras, María José Echenique. “Tiene determinación, convicción y confianza en sí mismo”, aclaró Rosa Domínguez, otra técnica que fue de las primeras en moldear el gran talento del olímpico.

Carreño, durante un partido.

Cuentan los que conocen en las distancias cortas a Carreño que en realidad el gijonés nunca estuvo considerado como el mejor tenista del país en su etapa de formación, aunque siempre estuvo entre los más destacados. Así lo explica Axel Álvarez, quien coincidió con Carreño en el Grupo y posteriormente en el CAR de Barcelona. “Cuando tenía 15 años no estaba entre los mejores, pero siempre tuvo mucha responsabilidad. La clave de su éxito es la constancia. Eso y también la inteligencia. Siempre hace la jugada correcta”, apunta un deportista que trabaja para la Federación de Arabia Saudí de tenis en Barcelona.

Pablo Carreño con Antonio Corripio, presidente del Grupo.

Otro de los que confirman esta visión es Miguel Sánchez, que fue ojeador de Carreño antes de que se concretara su llegada a Barcelona, o sea, cuando el deportista frisaba los 14 años. Sánchez siguió muy de cerca al gijonés, siempre alertado por el buen ojo que tenía el añorado Manolo Galé, que en el cielo habrá disfrutado como el que más del triunfo del asturiano en Tokio. Carreño se había colado por entonces entre los mejores tenistas asturianos, pero su carga de trabajo diaria estaba lejos de la que se estila en otros territorios donde se trabaja más activamente en el tenis. “Con el tiempo que decía que entrenaba llamaba la atención su frescura. Tenía un gran nivel sin haber tenido todo el entrenamiento que otros ya habían recibido”, explica.

Por la izquierda, Julio Puente, Pablo Carreño, Ángeles Rivero y Melchor Fernández Díaz, en la entrega del “Asturiano del mes” de LA NUEVA ESPAÑA al tenista.

Sánchez, como muchos otros, destaca de Pablo Carreño su humildad, su constancia, su capacidad de sacrificio y sus valores. Unos valores que heredó sus padres, María Antonia Busta y Alfonso Carreño, y sus dos hermanas, Lucía y Alicia. “Siempre le inculcaron la idea de valorar lo que tiene, de ir muy poco a poco. Cuando todavía tenía 16 años, por ejemplo, fuimos a unos torneos en Miami y dijo que era la primera vez que cogía un avión, que siempre iba en coche con sus padres”, añade Sánchez.

El Sporting le hace entrega de una camiseta a Carreño. Por la izquierda, Javier Martínez, Javier Fernández, Carreño y Quini.

Sportinguista de pro, aficionado a todos los deportes y a los videojuegos, ese chico de pelo alborotado que se fijaba en Rafa Nadal y en Juan Carlos Ferrero y que empezó a jugar al tenis en el Grupo como su hermana Lucía ha logrado un bronce que sabe a oro. Es el triunfo del esfuerzo y la constancia. El triunfo de un niño que un día hizo las maletas para poner rumbo a Barcelona para intentar dedicarse a lo que más le gusta. “No me planteo llegar a profesional, pero si se puede llegar lo más lejos posible lo intentaremos”. Pablo Carreño lo intentó y lo consiguió.

Pablo Carreño, con 14 años, antes de irse al CAR de Barcelona.

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