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Fútbol es fútbol

Hércules en El Sadar

Osasuna-Cádiz en el estadio El Sadar. En un mundo futbolístico que, partiendo de la nada, ha alcanzado las más altas cotas de la miseria en forma de fichajes tan inmorales como millonarios, equipaciones horribles que defecan en las tradiciones, futbolistas que confunden un vestuario con el camerino de los Rolling Stones, dictadura del representariado, ingeniería financiera que convierte a los absurdos y paradojas lógicas del país de las maravillas de Alicia en la manifestación del Estado hegeliano como encarnación suprema del espíritu absoluto, nombres de estadios vendidos al capital y retransmisiones televisivas más difíciles de entender que el recibo de la luz, los aficionados podemos agarrarnos a un partido de fútbol que huele precisamente a eso, a fútbol.

El Camp Nou ya no es el Camp Nou, sino el Spotify Camp Nou. Pues vale. Osasuna (más bonito y futbolero que “el Osasuna”) juega en El Sadar hasta que la masa devoradora del fútbol moderno se apodere del nombre, de los símbolos y de las tripas de un equipo tan radiofónico y dominguero como el Cádiz. Ni Hércules, el héroe que derrotó al león de Nemea o la hidra de Lerna, sería capaz de estrangular al fútbol moderno del VAR o cortar las cabezas de un deporte que ya no piensa en el cemento de las gradas sino en el mármol de los bancos y fondos de inversión. ¿O sí? ¿Es Osasuna un Hércules que puede enfrentarse a Spotify? ¿Es el Cádiz un semidiós capaz de plantar cara a los dioses financieros que han creado engendros como el PSG y monstruos como las palancas de Laporta? Bueno… ¿Por qué no? Hércules todavía vive en nuestro fútbol, así que hay esperanza.

El Hércules de Alicante milita en la Segunda División RFEF, así que “Macho Hércules”, el grito de guerra de los aficionados herculanos (no herculinos), no suena lo bastante alto como para inquietar al león de Nemea o la hidra de Lerna. El Deportivo de La Coruña y sus aficionados herculinos (no herculanos) deambulan por la Primera División RFEF, de modo que tampoco podemos contar con el equipo de la ciudad en la que se levanta la Torre de Hércules y donde, según una tradición, estaban los bueyes del gigante Gerión que Hércules se llevó después de matar al pastor Euritión y el perro bicéfalo Orto. Pero ahí está el Cádiz Club de Fútbol, y ahí está su escudo con Hércules entre las dos columnas que levantó en lo que hoy es el estrecho de Gibraltar (una en cada orilla, la africana y la europea). En el escudo del Cádiz, como en el de España, también aparece el lema “Plus Ultra”. Las columnas de Hércules señalaban el límite del mundo porque no había tierra más allá (“non terrae plus ultra”), pero la llegada de Cristóbal Colón a lo que después se llamará América desmintió el límite. Había un más allá. Un “plus ultra”. ¿Hay también un más allá de esas columnas que el fútbol moderno ha levantado entre las gradas de los estadios y los equipos de fútbol? ¿Hay un “plus ultra”?

Hércules levantó las dos columnas en el estrecho de Gibraltar para señalar los límites del mundo, pero Hércules también puede llevarnos más allá de esas columnas porque hay otro mundo futbolístico detrás de las palancas, los representantes, las primas de fichaje, las masas salariales, los patrocinios rarísimos en las camisetas y la glotonería del VAR. Ese Hércules que está en el escudo del Cádiz pero también en el césped de El Sadar y en los aficionados que pagamos una entrada (en el estadio, la tele o el bar) no para esperar a que el VAR nos diga si fue gol o no, sino para animar a nuestro equipo, silbar al rival, enfadarnos con el árbitro y reconocer a nuestros jugadores sin necesidad de tener que leer su nombre en la espalda.

Osasuna-Cádiz en el estadio El Sadar. En un mundo futbolístico que, partiendo de la nada, ha alcanzado las más altas cotas de la miseria en forma de fichajes tan inmorales como millonarios, equipaciones horribles que defecan en las tradiciones, futbolistas que confunden un vestuario con el camerino de los Rolling Stones, dictadura del representariado, ingeniería financiera que convierte a los absurdos y paradojas lógicas del país de las maravillas de Alicia en la manifestación del Estado hegeliano como encarnación suprema del espíritu absoluto, nombres de estadios vendidos al capital y retransmisiones televisivas más difíciles de entender que el recibo de la luz, los aficionados podemos agarrarnos a un partido de fútbol que huele precisamente a eso, a fútbol.

El Camp Nou ya no es el Camp Nou, sino el Spotify Camp Nou. Pues vale. Osasuna (más bonito y futbolero que “el Osasuna”) juega en El Sadar hasta que la masa devoradora del fútbol moderno se apodere del nombre, de los símbolos y de las tripas de un equipo tan radiofónico y dominguero como el Cádiz. Ni Hércules, el héroe que derrotó al león de Nemea o la hidra de Lerna, sería capaz de estrangular al fútbol moderno del VAR o cortar las cabezas de un deporte que ya no piensa en el cemento de las gradas sino en el mármol de los bancos y fondos de inversión. ¿O sí? ¿Es Osasuna un Hércules que puede enfrentarse a Spotify? ¿Es el Cádiz un semidiós capaz de plantar cara a los dioses financieros que han creado engendros como el PSG y monstruos como las palancas de Laporta? Bueno… ¿Por qué no? Hércules todavía vive en nuestro fútbol, así que hay esperanza.

El Hércules de Alicante milita en la Segunda División RFEF, así que “Macho Hércules”, el grito de guerra de los aficionados herculanos (no herculinos), no suena lo bastante alto como para inquietar al león de Nemea o la hidra de Lerna. El Deportivo de La Coruña y sus aficionados herculinos (no herculanos) deambulan por la Primera División RFEF, de modo que tampoco podemos contar con el equipo de la ciudad en la que se levanta la Torre de Hércules y donde, según una tradición, estaban los bueyes del gigante Gerión que Hércules se llevó después de matar al pastor Euritión y el perro bicéfalo Orto. Pero ahí está el Cádiz Club de Fútbol, y ahí está su escudo con Hércules entre las dos columnas que levantó en lo que hoy es el estrecho de Gibraltar (una en cada orilla, la africana y la europea). En el escudo del Cádiz, como en el de España, también aparece el lema “Plus Ultra”. Las columnas de Hércules señalaban el límite del mundo porque no había tierra más allá (“non terrae plus ultra”), pero la llegada de Cristóbal Colón a lo que después se llamará América desmintió el límite. Había un más allá. Un “plus ultra”. ¿Hay también un más allá de esas columnas que el fútbol moderno ha levantado entre las gradas de los estadios y los equipos de fútbol? ¿Hay un “plus ultra”?

Hércules levantó las dos columnas en el estrecho de Gibraltar para señalar los límites del mundo, pero Hércules también puede llevarnos más allá de esas columnas porque hay otro mundo futbolístico detrás de las palancas, los representantes, las primas de fichaje, las masas salariales, los patrocinios rarísimos en las camisetas y la glotonería del VAR. Ese Hércules que está en el escudo del Cádiz pero también en el césped de El Sadar y en los aficionados que pagamos una entrada (en el estadio, la tele o el bar) no para esperar a que el VAR nos diga si fue gol o no, sino para animar a nuestro equipo, silbar al rival, enfadarnos con el árbitro y reconocer a nuestros jugadores sin necesidad de tener que leer su nombre en la espalda.

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