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El silbato, asunto de familia: Francisco y Daniela Fernández, padre e hija, arbitran juntos un partido de balonmano en Gijón

"Tuve que aguantar la lágrima de emoción", dice el progenitor

Daniela y Fran Fernández Marcos León

Si para arbitrar un partido hace falta tener una afinidad especial, una tarea complicada que solo se gana con los años, una conexión mental afinada para saber qué piensa el otro solo con una mirada, pues lo cierto es que Francisco Fernández y Daniela Fernández tienen mucho camino andado. Y eso es porque son padre e hija, hija y padre, que ayer formaron por vez primera pareja de silbato siendo los colegiados de un partido de balonmano de categoría benjamín celebrado en el colegio Corazón de María, en Gijón. Para ella, de 11 años, era su primer partido. Él, de 39, tiene experiencia en categorías profesionales y lleva toda la vida vinculado al balonmano. Así que no podría tener mejor maestro. "Ha sido muy emocionante. Estuve aguantando la lágrima todo el partido", explicó feliz Francisco Fernández.

La circunstancia en el pabellón gijonés es atípica. A veces, padres e hijos juegan en el mismo equipo. Siendo más enrevesados, hasta se han dado casos de familiares enfrentándose entre ellos. Pero cuesta encontrar una pareja de árbitros con lazos de sangre. Mucho más que sean padre e hija. Lo sucedido es más especial todavía porque Daniela Fernández tiene 11 años. O sea, que es muy joven, muy precoz, para asumir la responsabilidad de juzgar un encuentro, aunque sea uno de niños. Pero todo eso pasó a un segundo plano cuando dieron el pitido inicial.

La concentración, a partir de ahí, fue máxima. "La he visto bien. No es porque sea mi hija, pero tiene bastante ojo", dice Fran. El partido termina con normalidad. Se enfrentaban el Codema contra el Jovellanos. Ganaron los primeros. No hubo jugadas grises, que se dice ahora. Ya en el vestuario, los dos árbitros comentan la jugada. "Al principio me dio un poco de vergüenza, pero es que en la grada estaban mis amigas", dice Daniela. Fue porque antes de ponerse el traje árbitro se puso la chamarra de jugadora para disputar un encuentro con su equipo, el Codema. Cuando se le pregunta por qué quiere arbitrar se encoge de hombros. "Mi papi lo es y quise probar", dice.

La pequeña tiene espejo en el que mirarse. Francisco Fernández es árbitro de primer nivel. Empezó con el silbato a los 16 años y estuvo hasta los 20. Lleva jugando al balonmano toda la vida. A los 29 regresó al arbitraje. Ahora es colegiado en División de Honor Plata, la segunda categoría de balonmano nacional, la antesala de la Liga Asobal. De hecho, ayer por la tarde se marchó para Madrid para pitar hoy en Boadilla el Ikasa-Nava. "A mi hija la he visto muy suelta. Tener intercomunicadores ayuda mucho para poder colocar y ayudar a los árbitros que están empezando", explica. "El arbitraje femenino se está potenciando mucho, así que a ver hasta dónde llegamos", añade, con una sonrisa de oreja a oreja.

A Daniela Fernández le gustaría poder llegar de mayor a ser jugadora y también árbitra. Pitar con su padre le encanta, pero también le gustaría poder hacerlo con su amiga y compañera de equipo, María García. De momento, ya ha protagonizado un hecho histórico en el arbitraje astur. Demostrando que en casa de los Fernández el silbato es un asunto de familia.

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