El adiós obligado de un mítico del fútbol asturiano y ex del Oviedo: "Estuve 10 días hospitalizado"
«La gente cree más en los deportistas que en los políticos porque les dan menos disgustos»

Alberto Benito posa en el Nuevo Nalón con la placa que recibió el pasado domingo de su afición y con sus guantes de portero. | / FERNANDO RODRÍGUEZ
Su primer equipo fue el Real Oviedo, que lo reclutó siendo un guaje de ocho años. De azul jugó el popular torneo de Brunete de 1999, que ganó el Real Madrid de Esteban Granero y Alberto Lora al Barcelona de Gerard Piqué y Cesc Fábregas. En semifinales, los azulgranas, dirigidos por el desaparecido Tito Vilanova, habían eliminado con una renta exigua (1-0) a un Oviedo cuya portería defendía Alberto Benito (El Entrego, 1987).
Aunque completó su etapa formativa en El Requexón, llegando a subir a la primera plantilla del Oviedo en 2010, el nombre de Alberto Benito estará para siempre asociado al equipo de su pueblo, L’Entregu, en el que ha jugado las últimas seis temporadas y media, hasta que una lesión tan imprevista como aparatosa ha obligado a guardar los guantes en el cajón a este maestro de Educación Física y concejal del Partido Popular desde hace siete años en San Martín del Rey Aurelio.
La dolencia no lo ha tenido fácil para torcer la voluntad de un tipo que, el pasado mes de mayo, estuvo a un punto de renunciar al examen de oposición que llevaba un año preparando porque coincidía con el vuelo que debía llevar a L’Entregu a Mallorca para disputar la eliminatoria por el ascenso a Segunda Federación. Pero hubo un golpe de suerte y, dos días antes de que el equipo partiera hacia la isla, la Federación cambió la hora del vuelo y Benito pudo presentarse: aprobó y ha conseguido plaza en un colegio en Turón. "La gente me decía que estoy loco, pero soy así", resume Alberto Benito, que está iniciando un empinado camino de aceptación.
¿Qué tal se encuentra?
No le voy a engañar, me está costando, sobre todo al principio. Estoy intentando asimilar el palo de verme jugando en Mieres y, a los 3 días, verme hospitalizado y con el médico diciéndome que no iba a poder jugar más. Aunque ya tengo una edad, no es lo mismo esto, que te lo quiten rápidamente de las manos, que ir despidiéndote poco a poco, a tu manera. Estoy yendo a todos los entrenamientos del equipo y más de un día y de dos me marcho con la lagrimilla cayendo del ojo. El domingo (L’Entregu le ganó 2-1 al Titánico) ya me hicieron un pequeño homenaje: salté al campo, me hicieron un pasillo los dos equipos… y, aunque fue muy bonito, lo pasé un poco mal, son muchas emociones. Pero hay que pasarlo y ‘tirar pa’lante’.
Juega el viernes 6 de diciembre contra el Caudal y el lunes 9 está en un hospital y retirado del fútbol. ¿Qué ocurre esos días?
Me infiltré el jueves para jugar en Mieres. Llevaba seis jornadas con molestias por un golpe que me dieron en el glúteo en Colunga defendiendo un balón parado. A partir de ese partido (el 10 de noviembre) empiezo a ir al fisio, pero la cosa en vez de ir ‘pa’lante’ empieza a ir ‘pa’trás’. Después de infiltrarme el jueves, el viernes lo paso muy mal en el partido, pero el sábado y el domingo parecía que la infiltración había hecho efecto y estaba mejor. Pero el lunes voy a levantarme de la cama y se me cae la pierna al suelo, como desmayada. Sentía un dolor muy fuerte y la ambulancia tuvo que venir a por mí.
Y se lo lleva al hospital.
Estuve días diez días ingresado y es cuando me detectan la lesión en la columna: tengo una hernia muy grande que se cayó encima del nervio que riega la parte izquierda de la pierna y es a día de hoy que sigo sin sentir nada, solo un pequeño hormigueo. Me estoy tomando catorce pastillas al día, con reposo absoluto y corticoides. Así voy a estar hasta que, el día 28, me hagan las últimas pruebas y decidan si operarme o seguir un tratamiento conservador. Si la cosa no va bien, podrían quedarme secuelas crónicas.
Llama la atención que un futbolista amateur se infiltre.
Eso va con la persona. Todos los entrenadores y compañeros que tuve saben que para mí el fútbol lo es todo desde que tenía cinco años. Salía a las tres de dar clase del colegio, comía, me iba al gimnasio y luego llegaba el primero a entrenar y me marchaba el último. Lo vivo así. Si podía estar disponible en Mieres, lo iba a intentar. Esa semana no pude entrenar un solo día ni atarme los cordones de los zapatos, me los tenía que atar mi mujer. Pero hice cuatro sesiones de fisio, me infiltré y jugué. Alguna vez más lo hice; por ejemplo, en el primer partido de play-off contra los murcianos (La Unión Atlético, en 2023).
¿Qué es lo que va a echar más de menos de su vida como futbolista en L’Entregu?
La competición. Competir. Hasta mi hija de seis años lo sabe. Compito a todo. Que pitara el árbitro y empezar a competir me daba la vida: nadie quería ganar más que yo.
Ha vivido muchos momentos para el recuerdo en L’Entregu, como las dos eliminatorias de play-off o la fase nacional de la Copa Federación en la que pasan dos rondas con usted parando penaltis decisivos. ¿Con cuál se queda?
Hay muchos, mogollón. Si me tengo que quedar con uno, igual elegiría la eliminatoria contra La Unión. Esa semana desde que empatamos a cero en Cartagena hasta que jugamos la vuelta en casa fue inolvidable. En aquel entonces trabajaba en un cole en El Entrego y todo el mundo me paraba por la calle: el pescadero, el frutero, la madre de este, el padre del otro… Todo el pueblo estaba lleno de banderas en las ventanas y la gente sacaba las vuvuzelas desde por la mañana. Nunca vi el campo tan lleno como en ese partido y, aunque perdimos esa final porque ellos eran superiores, fue una proeza llegar tan lejos.
Le pregunto como maestro. ¿Cree que falta educación en el fútbol?
Hay de todo. Sería injusto meter a todo el mundo en el mismo saco. Pero es cierto que hay situaciones que me preocupan, como los insultos o el racismo. En el fútbol de élite, ves a críos de ocho años insultando a los jugadores con sus familias al lado. No todo vale por pagar una entrada; en el campo juegan personas que merecen un respeto. A mí desde detrás de la portería me han llamado de todo muchas veces, y siempre que acababa el partido intentaba hablar con la persona o las personas que se metían conmigo.
Ahora como político. ¿Es más duro salir de su portería a por el balón en un saque de esquina en contra en el último minuto de un partido o un pleno bronco en el ayuntamiento?
(Se ríe) ¡El pleno! Como se suele decir, el fútbol es la más importante de las cosas menos importantes, pero las decisiones que se toman en un pleno afectan a los vecinos y su futuro. Aunque hay plenos tranquilos y otros en los que se debaten cosas importantes, como unos presupuestos, en los que chocas porque cada uno tiene sus ideas. Pero es bonito, porque si todos pensáramos igual la vida sería muy aburrida. Con respeto y educación se puede hablar con quien sea, da igual que pienses de forma antagónica. Mis mejores amigos en el Ayuntamiento, con los que voy a comer y con los que me iría al fin del mundo, son de Izquierda Unida.
¿Por qué la gente cree más en los futbolistas que en los políticos?
Porque los políticos dan más disgustos que los deportistas, aunque también es verdad que los políticos toman decisiones más difíciles. La gente está muy desencantada, y no es un tema de colores. Hay muchos que no están a gusto con Pedro Sánchez y gente del PP que no está a gusto con el presidente de Valencia por lo de la dana. Llega un momento en el que la gente se cansa de ciertas situaciones y realidades que no se esperan. Eso te produce un rechazo y un hartazgo, porque hay políticos que dicen una cosa y luego hacen otra o que prometen algo y no lo hacen, y la gente se quema. A los jugadores eso no les pasa. Si la afición se enfada contigo, metes un gol y todo está olvidado.
¿Qué hubiera preferido ser: portero de la selección o presidente del gobierno?
Portero de la selección. Sin duda.
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